El cambio climático es una realidad con consecuencias desastrosas que ya padecemos. Si para 2100 no evitamos que la temperatura del planeta suba dos grados centígrados, la subsistencia del ser humano quedará en entredicho.
2015 fue el año en que, de manera histórica, los 195 países que participaron en la 21 Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP21 por sus siglas en inglés) firmaron un acuerdo de compromisos para combatir en conjunto el cambio climático.
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El tema tiene carácter de “Urgente”. El año pasado fue el más caluroso de la historia, desde que en 1880 se empezó a medir la temperatura; fue el año en que la humanidad destruyó casi la mitad de los árboles del planeta, según la revista Nature; fue el año en que la NASA advirtió que el mar ha subido una media de ocho centímetros anuales desde 1992 a causa del calentamiento global.
Fue también el año en que China (el primer emisor mundial de gases de efecto invernadero) declaró la primera alerta roja de su historia –en Beijing– por los altos índices de contaminación. Y, días antes del COP21, el año en que la Organización Mundial de la Salud (OMS) anunció que, de 2030 a 2050, el cambio climático causará cada año 250 mil muertes debido a enfermedades asociadas a la contaminación ambiental.
No son teorías ni ciencia ficción. El cambio climático y el calentamiento global –y la rapidez con que avanzan– son una realidad con consecuencias que ya se reflejan en el planeta; los científicos del mundo coinciden en que el principal responsable es el ser humano.
Más de 20 años de desacuerdos, negativas y buenas intenciones anteceden los compromisos que adquirieron los países reunidos en el COP21. En diciembre, París vio cómo todos alcanzaban una común: que para 2100 la temperatura media en la Tierra se quede por debajo de los dos grados centígrados respecto a los niveles preindustriales.
“No es que suba dos grados la temperatura y solo tengas que quitarte el suéter. El cambio implica unas cantidades de energía enormes, que se traducen en un desbalance del sistema atmosférico y oceánico respecto a cómo ha sido los últimos 10 mil años”, explica Juan Jorge Hermosillo, profesor del Departamento de Procesos Tecnológicos e Industriales del ITESO (PTI).
El deterioro del planeta y el aceleramiento del calentamiento global tuvieron un punto de inflexión hace 200 años con la revolución industrial; ambos problemas se han agudizado recientemente (2011 a 2015 es señalado como el lustro con más altas temperaturas desde que se tiene registro, según la Organización Meteorológica Mundial).
Si para fin de siglo estas no disminuyen, “las consecuencias para la sociedad humana y para la estabilidad de los ecosistemas tal como los conocemos serán catastróficas”, afirma Arturo Balderas, profesor en el ITESO de las asignaturas “Economía ambiental” y “Adaptación y mitigación al cambio climático”.
El también investigador de la UNAM señala que esto desembocaría en fenómenos climáticos extremos que ya son comunes en los noticieros: inundaciones, sequías, escasez de alimentos, problemas de salud, entre otros. “Particularmente en México se espera que el aumento de las temperaturas genere sequías y problemas para la producción de alimentos en amplias zonas del país”.
¿Qué debe hacer el mundo?
Cada país definió sus aportaciones voluntarias para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero. 187 de los 195 países reunidos en París ya presentaron sus programas nacionales.
Los países con mayores emisores de gases de efecto invernadero (GEI) ya tomaron cartas en el asunto para controlar su impacto ambiental. China comenzará en 2030, la Unión Europea disminuirá sus niveles en un 40% comparado con los niveles de 1990, y Estados Unidos se comprometió a un 26%, con respecto a 2005.
La reducción de emisiones de GEI implica, entre otros factores, reducir la quema de combustibles fósiles y frenar y revertir la degradación forestal. Nada de esto será sencillo; al ser humano le costará abandonar, por ejemplo, los automotores que usan gasolina o diésel, por no hablar de las fuertes resistencias de esta industria.
“Realizar estos cambios implica afectar también empresas e intereses económicos muy poderosos, además que requerirá cambios de fondo, como sustituir el sistema de transporte basado en la quema de gasolina y diésel por uno donde aumente el uso de un sistema colectivo —eléctrico—, la movilidad no motorizada —caminar y usar bicicleta— o el uso de autos eléctricos”, indica Balderas.
¿Qué estamos haciendo en México?
México (el principal emisor de GEI en Latinoamérica, junto con Brasil) se comprometió a reducir incondicionalmente sus GEI en un 25% para 2030, y habla de llegar al 0% de deforestación, entre otros objetivos.
“No existe una sola acción, es todo un abanico de estrategias”, aclara Hermosillo, quien imparte la materia “Energías renovables”.
En México hay una sobreabundancia de energía solar suficiente para abastecer al país. La tecnología, los modos de almacenamiento y la viabilidad económica son todavía el reto a vencer.
“Existen ejemplos de aplicación de energía solar en Jalisco; Guadalajara es de las zonas del país con mayor número de paneles solares y hace poco se inauguró una granja de energía eólica en los Altos de Jalisco”, menciona Balderas.
La energía eólica (viento) también es una excelente opción por ser más barata de obtener que la solar, aunque tiene las limitantes de ser menos abundante y estar más localizada geográficamente. También están las bioenergías (residuos orgánicos de diversos tipos que se convierten en combustible). No serían un pilar en México, dice Hermosillo, pero forman parte del abanico de soluciones.
¿Y el ITESO?
La Universidad Jesuita de Guadalajara trabaja para aportar su grano de arena desde distintos frentes. Uno de ellos es a través de los Proyectos de Aplicación Profesional (PAP) de Ingeniería Ambiental.
Hay programas de restauración de áreas naturales (como el Polígono del ITESO en el Bosque La Primavera), de aplicación de tecnología solar y desarrollo de prototipos, de valoración de servicios ecosistémicos y se está desarrollando una aplicación móvil para medir la calidad del aire del Área Metropolitana de Guadalajara.
También hay cosas que pueden hacerse hacer día a día que tienen un impacto directo en el cambio climático y daños ambientales. Daniel de Obeso, coordinador de Ingeniería Ambiental, propone algunas:
“Hay tres grandes ejes: la cuestión energética, del agua y de manejo de residuos. Hay que tener un uso consciente del agua que usamos; generar la menor cantidad de residuos en las situaciones cotidianas; separar residuos y reciclarlos es una solución alterna, porque es mejor no generar ese bote de PET [las tan nocivas botellitas de agua] o esa bolsa de plástico que tarda millones de años en degradarse. Y también hay que reducir el uso del auto y tratar de usar transporte público o bicicleta en distancias cortas”.
Foto Luis Ponciano
Muy interesante y de alto contenido científico y académico.
Agradecido estoy por recibir esta información.