El jesuita José Martín del Campo, señala que aunque no se manifieste de manera religiosa, el anhelo de que este mundo sí tiene futuro sigue presente en las personas.
Tradiciones como las posadas, la piñata y el árbol navideño, que tenían como propósito reforzar el sentido de las fiestas navideñas, terminaron por desdibujar la razón de esta fiesta. “Se quedó la forma, pero el fondo se perdió”, dice Martín del Campo, SJ.
El licenciado en Filosofía y Teología explica que las piñatas simbolizaban el pecado y que, al romperlas, caían los dulces que representaban las «gracias», además de que el novenario de posadas representaba el peregrinaje de José y María de Nazaret a Belén.
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“Lo central de la fiesta es que después de cuatro semanas de adviento celebramos el nacimiento de Jesús“, agrega.
Martín del Campo destaca que la fiesta de la Navidad encierra la invitación de ser plenamente humanos “con una profundidad radical”, y agrega que esta es la manera en que el hombre puede ser divino.
“Dios se hace humano para que el humano se haga Dios; esa es la fiesta de Navidad, Dios se hace carne para que yo pueda ser plenamente humano y al ser plenamente humano soy más divino”.
Detalla que en la religión católica es importante la relación con los demás al punto de convertirnos en responsables de los otros, “en el sentido que vamos en el mismo barco, si estamos en la misma tierra tú tienes derecho igual que yo y mi dignidad es compartida. No te puedo pisar porque eres igual, porque eres mi hermano”.
Aunque percibe que se desdibujó el sentido de la Navidad, Martín del Campo ve que en las personas hay un anhelo de esperanza de que el mundo tenga futuro, aunque no se exprese de manera religiosa.
“La posibilidad de esperanza está como flotando, por eso en la noche de Navidad sale todo lo que las familias traen atorado en lo bueno y en lo malo. Es como el anhelo de la sociedad de: ‘Sí hay futuro’, nada más que en unos es consciente y en otros inconsciente, pero ahí está”. Foto Roberto Ornelas