El Departamento de Filosofía y Humanidades y el Departamento de Formación Humana nos llaman a la reflexión en esta temporada extraordinaria con una serie de aproximaciones académicas que nos invitan a reconocer al ser humano y su relación consigo mismo, con los demás y con su entorno frente a los dilemas de la pandemia.

POR SALVADOR RAMÍREZ PEÑA, SJ

ILUSTRACIÓN DE HUGO GARCÍA

 

        Entramos en la barbarie…Sobre las ruinas de antiguos santuarios se levantan nuevos templos, más poderosos, más refinados.[1]

El mito moderno del progreso es insostenible. Hoy, inmersos en la inquietud que nos provocan los estragos de la pandemia del Covid-19, podemos confirmar que no hay progresión, sino agresión, transgresión, digresión. Los otros vivientes, entre ellos el coronavirus, no son cuerpos que “yo”, el humano que se imaginaba como “amo y señor de todas las cosas”, pueda dominar y permanecer incólume. Por su afán de dominio, este “yo” ha conducido la vida a la artificialidad. Hoy, más que nunca, nos damos cuenta que sus refinados artefactos mantienen la vida en agonía: enfermedad, miseria, violencia, contaminación, agotamiento de los recursos naturales, extinción de especies animales, vegetales y minerales, migración humana para sobrevivir, confinamiento. Y el mundo de sentido que había construido se desquebraja. El “yo” moderno en su ambición de domesticar al mundo, de dominarlo todo y a todos, está vislumbrando con temor y temblor su monstruoso resultado.

La realidad se impone. Nuestras preguntas no están girando en torno a una comprensión yoísta de un mundo construido aparentemente a nuestra medida. La pregunta no es ni por el ser del “yo”, ni por el ser del “mundo”. La pregunta esencial en este tiempo de confinamiento por temor al contagio, es por la “vida”, la cual no está en nuestro dominio. “De otro modo que ser habla la vida”[2]. Lo único que podemos hacer es cuidarla. ¿Cómo cuidar la vida cuando estamos inmersos en una cultura de dominio y consumo? ¿Cómo cuidar a los vivos cuando la apuesta principal de nuestra época ha sido la competencia y la eliminación?

Antes de comprender la vida, la sentimos. La vida se siente. Los vivos sentimos intelectivamente. Nos damos cuenta que sentimos. Los “otros vivientes” se presentan en la vida, desde la marginalidad ontológica y óntica en la que el “yo” moderno los había colocado, con una fuerza de imposición y una intensidad que les son propias.

Como adjetivo, “otro” se refiere a la posición que ocupa una persona o cosa en una determinada expresión. Lo otro es lo que es diferente de lo que se dice: por lo tanto, esta noción sólo puede entenderse en un contexto. Como sustantivo, “el otro” adquiere un nuevo significado: el otro es el viviente distinto de “yo”. En este artículo, hablaremos del cuidado del otro como sustantivo viviente: hombres y mujeres de carne y huesos, plantas, animales, bacterias, virus. El otro es un cuerpo vivo sensible que se impone a mi aprehensión como un cuerpo extraño, distinto, extranjero, infinitamente diferente de mí, pero que me afecta de tal manera que puede modificar el curso de mi vida, la configuración de mi propio “yo” en la historia. Es obvio que “yo” no es “el otro”. Sin embargo, eso que denomino “mi vida”, no es sólo mía, no domino en ella por completo. Los otros vivientes están involucrados en mí y yo en ellos. Los cuerpos vivos de los demás me vivifican y me aniquilan.

Vivir es convivir, vivir-con, vivir en relación a los demás, vivir con otros cuerpos en la Tierra que nos acoge. Los otros son cuerpos reales, son rostro, son carne, son historia, son sentido, son movimiento, son textura, color, olor, sonido y sabor, son posibilidad, son promesa, son amenaza, son caricia, son golpe, son placer, son dolor, son deseo, son frustración, son inquietud. Los otros que inquietan al “yo” moderno son cuerpos concretos: miserables, enfermos, ignorantes, no europeos, femeninos, afeminados, indefinidos, no cristianos. Los otros son cuerpos extraños. El “yo” ha perdido su aparente soberanía, ya no puede pretender totalizar la realidad como una simple representación subjetiva, como mera abstracción. Hay “otros” en mí que no son “míos”, y sin embargo me enferman, me condicionan, me amenazan, me posibilitan constituirme como humano o inhumano. Este cambio decisivo en la idea del “yo”, y por tanto en la idea del “otro” que no soy yo, ha dado lugar a una mentalidad en la que los demás aparecen por sí mismos, no como “otro yo” representación mía, sino como “otro-que-yo”[3].

Salvador Ramírez Peña, SJ, es integrante de la Compañía de Jesús y profesor del Departamento de Formación Humana. Coordina el ciclo de cine CinÉtica que reanudará la proyección de su cartelera, una vez que pase la contingencia por Covid-19.

Salvador Ramírez Peña, SJ, es integrante de la Compañía de Jesús y profesor del Departamento de Formación Humana. Coordina el ciclo de cine CinÉtica que reanudará la proyección de su cartelera, una vez que pase la contingencia por Covid-19.

Las acciones humanas tienen, en primer lugar, una referencia a los otros cuerpos. El hombre y la mujer están en relación con los demás, en apertura, y es precisamente actuando en ellos que configuran su mundo, se configuran a sí mismos. Al llevar a cabo sus acciones, el viviente humano se encuentra con la presencia corporal de los otros. No hay intelección del otro como ser humano, ni como persona, ni como sujeto, ni como objeto, ni como animal o planta, ni como bacteria o virus. Simplemente tenemos su presencia físico-biológica como algo real. Algunas filosofías han pensado que la cosa sentida es algo que está “delante” de mí, al “alcance de mi mano”, lo cual es vago, porque estar delante de mí es sólo una de las diferentes maneras en que se presentan las cosas reales. El Covid-19 no está al alcance de nuestra mano; sin embargo, está cambiando por completo el sentido del mundo hasta ahorita construido.

A lo largo de la historia de la filosofía, se ha reservado una función trascendental a las cualidades visuales, de tal manera que, las cualidades de los otros sentidos se han reducido a la función de adjetivos que se adhieren al objeto visible. El objeto develado, descubierto, aparente, es el objeto visible. Su objetividad se interpreta sin la participación de los otros sentidos. En el lenguaje coloquial, utilizamos el término visión de forma intercambiable para cualquier experiencia, incluso cuando se trata de significados distintos de la visión. “Si no veo, no creo”. La objetivación funciona de manera privilegiada en la visión. Por supuesto, la vista nos muestra una gran diversidad de información, pero al otro viviente no la aprehendo con sólo verlo. El otro no comienza siendo algo delante de mí, con su propia con-figuración, situado en mi campo de visión. Si este fuera el caso, limitaría radicalmente la aprehensión humana, que no es sólo visual. El oído, el gusto, el tacto, el olfato, la cenestesia, la kinestesia, el calor, el frío, el dolor, etc., también determinan cómo aprehendemos y comprendemos todo lo demás como parte de la realidad, siendo de suyo ellos mismos.

El viviente, a través de su cuerpo, tiene una presencia físico-biológica en la vida. No se hace presente por su actividad corporal, sino por su cuerpo ya está presente. Es verdad que para que los otros me afecten, debe haber actividad. Podría en estos momentos haber una actividad corpórea entre el Covid-19 y mis anticuerpos, y ni siquiera percibirlo. Sin embargo, antes de que pueda sentir su imposición, los otros vivientes tiene una presencia físico-biológica en la vida, que no depende ni de su actividad, ni de mi conciencia. El cuerpo es el principio radical por el cual los otros vivientes están presentes en la realidad. El otro está presente en mí, no por mí. Xavier Zubiri describe en su obra Sobre el hombre [4] que los otros “me” afectan entrando en “mí”, incluso antes de que “yo” lo comprenda, e intervienen ya en “mis” acciones donde soy agente, autor y actor. El viviente humano no se constituye, primeramente, como “yo”.

La forma más elemental es la del me: me encuentro bien, […]. Solamente cuando el hombre se encuentra no absorto, queda su subsistencia actualizada en una segunda forma, en una especie de fuero interno que es justamente el mí. Bien entendido que no habría mí sin me. Y solamente cuando este mí de una o de otra manera, y por las razones que sea, se enfrenta con el todo de la realidad, entonces es cuando ese mí se eleva a la condición de un yo[5].

Así, antes de “yo” ser, los otros vivientes me afectan insertándose en mi vida, la modulan. Esta modulación está directamente relacionada con el acceso o impedimento a posibilidades de acción. Mis acciones se refieren a cosas que aprehendo, que me provocan sentimientos y que decido según mi voluntad. Cuando el viviente humano siente los distintos cuerpos que hay en la vida, los degusta, le producen gozo o disgusto, e intenta modificarlos. Entre todos esos cuerpos vivientes, el humano reconoce que hay unos cuerpos que le acercan o le alejan aquello que le gusta o le disgusta: hay cuerpos que son mediadores. Estos cuerpos mediadores son los otros vivientes humanos, hombres y mujeres reales, siendo absolutamente ellos mismos.

Los cuerpos humanos no son “otras cosas” que están ahí en la Tierra, como el oro, el petróleo o el litio. Los cuerpos humanos afectan no sólo la situación que crean para mí, sino también la forma en que están presentes en mi vida. Los humanos no sólo se presentan como meros cuerpos a los que se refieren mi aprehensión, mis sentimientos y mi voluntad, sino que intervienen al aproximarme los otros cuerpos sobre los que tendré que actuar. La acción humana no es una sucesión automática de actos, sino que, porque el hombre y la mujer son cuerpos vivientes, a cada uno de los diferentes actos que componen su acción, intervienen los otros. Son los demás quienes predeterminan mis vivencias. Son ellos los que me permiten o impiden actuar, son ellos los que me dan la posibilidad de constituirme como “éste” que va siendo en el decurso de la vida. El encuentro con el otro viviente puede verse afectado por el conflicto, esta pandemia nos lo está mostrando con crudeza. Pero el conflicto no determina ni define la interacción entre los vivos.

Los otros vivientes pueden ser buena noticia para mí y para la vida. El cuidado solidario también se manifiesta en esta pandemia. Con el cuidado intensivo de los otros en la atención a las necesidades básicas de los más afectados, no solamente les están dando resguardo, alimentos, medicinas, respiradores o tratamientos profilácticos, sino que los están integrando en una comunidad solidaria de vivos vulnerables que se experimentan con más poder para superar la contingencia sanitaria en tanto que se reconocen como un cuerpo social. El contenido humano de la vida se nos transmite por los demás. Los otros comienzan siendo cuerpos extraños que al ser acogidos y al acogerme me van haciendo humano. Lo humano de la vida viene a mí desde fuera, es foráneo, es forastero. El problema de acoger la vida es un problema de humanidad. Cuidar o no la vida, hoy, nos está determinando como humanidad. No es la filosofía la que habla del cuerpo, sino el cuerpo humano, vivo, vulnerable, quien habla de filosofía y de todo lo que percibe. El ser del “yo” no sostiene la vida, sino la “Vida”, el común de los cuerpos vivos, la con-vivencia solidaria, nos sostienen.

REFERENCIAS EN EL TEXTO:

[1] Michel HENRY, La Barbarie, Madrid, Caparrós Editores, Colección Esprit, 1996, p. 15

[2]. Michel HENRY, Phénoménologie de la vie I, Paris, Presses Universitaires de France, 2003, p. 196. 

[3]. Emmanuel LEVINAS, filósofo fenomenólogo francés del siglo XX, habla del otro humano “de otro modo que ser”.

[4]. Xavier ZUBIRI, Sobre el hombre, Madrid, Alianza Editorial, 1986, pp. 123-127

[5].Xavier ZUBIRI, Sobre el hombre, Madrid, Alianza Editorial, 1986, pp. 124

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