El escritor Antonio Ortuño (Guadalajara, 1976), presentó en Aula Abierta su nueva novela: La fila india.

Antonio Ortuño no puede escribir dándole la espalda a lo que está pasando en su realidad y cree que, aunque no hay contrato ético para los escritores, ignorarla genera textos vacíos.

Ortuño

Siempre había escrito personajes cínicos y autodestructivos, presentes, por ejemplo, en su libro debut, El buscador de cabezas y también en Recursos humanos, su segunda novela, finalista del Premio Herralde.

Pero para La fila india (Océano), su más reciente novela, este acercamiento no serviría; para retratar una de las múltiples estaciones del viacrucis de los migrantes centroamericanos por México, eligió a una trabajadora social y a su pequeña hija de siete años, alguien con mucho más que perder.

“Este horror [de la violencia contra los migrantes] trasciende la realidad en todo sentido”, explicó en el patio de la Biblioteca del ITESO el martes 8 de abril. “No es algo que se agote en una sola persona”.

El escritor tapatío explicó en una sesión más de Aula Abierta, organizada por el Centro de Promoción Cultural, que sus personajes son en realidad mecanismos verbales a los que les da forma mientras estructura el texto.

Los personajes son los portavoces de una realidad que Ortuño quiere poner en evidencia, como el padre de la niña. Este hombre, dijo el escritor, es la materialización de los que llamó: bienpensantes de sí mismos.

“Esos cuyo contacto con los migrantes se limita al tiempo en el que tarda uno en subir el vidrio de su coche y dejar de verlos”.

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Letras en un periódico, letras en un libro

Uno más del bastión de periodistas salidos del periódico Siglo 21, Ortuño no cree que los temas lo eligen a uno. Periodista desde 1997, tiene el hábito de formar un archivo personal de temas que a veces terminan en artículos, a veces en libro o a veces en nada.

Los 72 migrantes asesinados en 2010 en San Fernando, Tamaulipas, desataron su horror y la decisión de escribir al respecto. Los migrantes que paraban cerca de su casa, el albergue de FM4 a unos metros de su trabajo y las reacciones de sus compañeros y vecinos hacia estos le dieron mucho material; el reto fue convertir los elementos en una historia fiel a su interés.

“Quería un vehículo informativo que no fuera propagandístico, que explorara desde la literatura, porque la literatura llega a donde muchas veces el periodismo no puede llegar”, dijo.

El lenguaje del horror

La violencia, tanto en el tema como en el lenguaje, fue uno de los asuntos en los que abundó Israel Carranza, escritor y profesor del ITESO, quien fungió como moderador de la charla y quiso saber cómo lograr el balance para contar la historia con toda su verdad horrífica.

Ortuño no quiso caer en la pornografía de la violencia. Por ello, los acontecimientos más duros son narrados en tercera apersona omnisciente –que es alejada–, para que los personajes mostraran síntomas de esa violencia sin alterar su propio tono, pero tampoco quiso propagar la monotonía del horror, esa en la que un cadáver seguido de otro y otro más hacen una especie de “callo” en el lector.

Su trabajo fue también cuestionar el lenguaje de otros, como el del reportero sensacionalista que salpica la nota roja o esos discursos oficiales en forma de boletín que no dicen absolutamente nada.

“El material del escritor es el lenguaje”, declaró, “el trabajo de un escritor es elegir la siguiente palabra, el siguiente signo y el siguiente espacio en blanco”.

Foto Luis Ponciano