Yves Molet, coordinador de Fast Revolution en México, recordó los daños ambientales y las violaciones a los derechos laborales perpetrados por la industria de la moda rápida.
Tu chamarra de mezclilla huele feo. Tu chamarra, tu pantalón y tu camiseta. ¿Lo notaste? Así huele la adrenalina que genera el sufrimiento, una emoción que se vincula con la fast fashion o la moda desechable. No solo sufren las personas que cosieron tu ropa, quienes por cierto ganan dos dólares diarios; también sufre el ambiente: la industria de la moda es en 2019 la segunda más contaminante del planeta, después del petróleo.
La manufactura de esa playera de algodón que traes hoy, por ejemplo, nos costó casi tres mil litros del agua. ¿A quiénes? A todos. Por cierto, supongo que sabes que ese algodón se roció con pesticidas que han causado muertes y deformaciones de niños en India. Sí, por eso te da comezón, la conciencia es incómoda.
Estos y otros datos se pusieron en la mesa, en el Auditorio D2 del ITESO, durante la visita del coordinador de Fast Revolution en México, Yves Molet, quien el 29 de abril compartió la charla Transparencia en la Industria de la Moda.
Invitado por la carrera de Diseño de Indumentaria y Moda, el especialista recordó que cuando 95 por ciento de la ropa que compramos podría reutilizarse, preferimos tirarla. ¿Para qué? ¡Para estrenar! Así, si antes teníamos cuatro temporadas de diseño en el año, hoy las grandes cadenas nos enjaretan 52 temporadas, una cada semana.
Uno de los temas detrás de estos números es que, la verdad, no importa a dónde tiremos lo que nos acabamos de comprar y nos acaba de dejar de gustar. Muchas de nuestras prendas usadas forman montañas de basura, en países de África y otros muy cercanos, como Haití. Eso ocurre incluso con las prendas que a cambio de un descuento donamos a las tiendas que dicen que son socialmente responsables.
Yves Molet recordó que como en el mundo se produce mucha ropa y muchos países compiten por el espejismo de la maquila, las fábricas deben bajar sus costos de producción. Ojo: bajan los costos, no la producción. ¿Quiénes pagan esa diferencia? Millones de obreras que deben abandonar su vida y a sus hijos para confeccionar las prendas que se venden en los centros comerciales de Madrid, Berlín y Guadalajara —hablo en femenino porque 85 por ciento de los 40 millones de almas que requiere la industria de la moda es de mujeres—.
Justo la tragedia alrededor de la fast fashion dio origen al nacimiento del movimiento Fashion Revolution.
Yves Molet recordó que el 24 de abril del 2013 se desplomó, con miles de trabajadores en su interior, el edificio de ocho pisos Rana Plaza, en las afueras de Daca, la capital de Bangladesh.
El saldo fue de mil 134 personas muertas, entre ellas decenas de niños que acompañaban a sus madres a trabajar, y 2 mil 500 heridas, muchas con lesiones que les impedirán la movilidad el resto de sus días.
En ese edificio se maquilaba ropa para los monstruos de la moda, como los que los fines de semana se rebasan de compradores en los centros comerciales de la zona metropolitana de Guadalajara.
Estas empresas se libraron de la responsabilidad cuando argumentaron que las muertas no eran sus empleadas directas, pues trabajaban a través de un esquema de outsourcing.
El informe A New Textiles Economy: Redesigning fashion’s future (disponible en tinyurl.com/ ya3jw5y5), da cuenta de otras situaciones que podrían ser el argumento para una película de terror. Una de ellas es que en 2015 la industria textil desechó 22 toneladas de microfibras a los océanos.
La Comisión Económica de las Naciones Unidas para Europa admite que la fabricación de prendas nuevas genera 20 por ciento de las emisiones de carbono mundiales: más que todos los viajes de aviones.
En 2017, el organismo internacional Green Peace documentó que para la hechura de prendas se utilizan hoy once sustancias que dañan la vida acuática, los terrenos alrededor de las fábricas y, en algunos casos, son biocumulativas por el organismo de las personas.
Para ver los daños no hay que ir tan lejos. Enrique Enciso, habitante y activista de El Salto, Jalisco, recuerda una escena de finales de los años 70. Tras la instalación de una textilera aguas arriba, un día el río Santiago se tiñó de colores. Los habitantes de El Salto y Juanacatlán—dos municipios divididos sólo por el torrente, a 20 minutos del ITESO—, se quedaron maravillados.
La mañana siguiente los peces, que habían sido parte de la alimentación de estas comunidades, amanecieron muertos, flotando. Hoy el Santiago no tiene vida en ese punto de su recorrido hacia el Pacífico.
No solo no tiene vida. Exhala muerte. Conocí, en El Salto, a muchas personas que ya no están. Y conocí a Estela Velázquez, que en menos de dos años vio morir a su esposo, Gustavo Velazco y sus hijas pequeñas Paola y Blanca, los tres con cánceres rarísimos y sin antecedentes familiares.
El Salto, Daca, Punyab, Nom Pen, Camboya. Si tu ropa te da comezón quizás podrías preguntarte quién la cosió y en qué condiciones trabaja. Que te dé comezón fue uno de los propósitos de Yves Molet. También es el mío.
Larga vida a la prenda
Por María Fernanda Martínez
Después de que Rana Plaza, un edificio ubicado en Bangladesh en donde miles de personas de escasos recursos trabajaban maquilando ropa para empresas como Inditex, se derrumbara y no se le diera un proceso legal para los afectados, dio inicio lo que hoy conocemos como Fashion Revolution.
Esta es una activación que se lleva a cabo a nivel mundial con la finalidad de concientizar a la sociedad sobre las condiciones con las que grandes empresas maquiladoras de ropa hace trabajar a sus empleados y la contaminación que producen en el medio ambiente.
“Compramos ropa de grandes cadenas porque es más barato, pero no sabemos lo que hay detrás de esas prendas. El mal trato a los empleados en la industria de la moda es de lo más demandado”, comentó Isa Valdéz, diseñadora y maestra de Diseño Básico en el ITESO.
La explotación infantil, los salarios tan bajos (hasta de casi uno o dos dólares diarios según el documental The True Cost) continúan siendo fomentados por nosotros debido a que seguimos consumiendo esta tendencia conocida como Fast Fashion. Esta ropa es un círculo que se sigue consumiendo para después convertirse en basura, comentó la especialista.
El pasado miércoles, estudiantes de la licenciatura de Diseño de Indumentaria y Moda de segundo y tercer semestre realizaron una exposición de prendas de diseño propio, y demostraron a la comunidad lo que el Upcycling es capaz de crear cuando se tiene un toque de creatividad. “Le damos una nueva vida a las prendas”, dijo la diseñadora.
El Upcycling es una tendencia que surgió en occidente y tiene que ver con reciclar las cosas para convertirlas en algo nuevo. Se pueden involucrar varias piezas reciclables para obtener algo nuevo. Esta tendencia va dirigida a distintas ramas como la moda.
Los profesores y diseñadores, Isa Valdéz y Gabriel Honorato se encargaron de las asesorías durante la creación de diseños Upciclyng.
Más de 15 prendas fueron las que se podían encontrar en la exposición, todas con dos o tres prendas recicladas que daban vida a un nuevo diseño inspirado en el gusto y con la creatividad de cada estudiante.
“Yo, cuando lanzo nuevas colecciones genero muchos retazos de tela. Estos los tomo y creo nuevos diseños para así evitar que se vayan a la basura y contaminen. Además de dar un toque distinto a la moda”, comentó Isa.