Egresada de Ingeniería Química en 2003, Paulina Rincón se convirtió en la primera persona en obtener el Doctorado en Ingeniería Molecular por la Universidad de Chicago y, simultáneamente, el mismo grado en Ingeniería Eléctrica por la Universidad Católica de Leuven, en Bélgica.

Cuando Paulina Rincón (Guadalajara, 1981) egresó de Ingeniería Química en 2003, “El Ombligo” del ITESO no tenía fuente, don “George” era el encargado de los laboratorios, no existía la Plaza de los 50 Años y el edificio W estaba nuevo de paquete.

Rincón

“Ya estaba acabado, pero no me tocó usarlo”, recuerda Paulina. Camina por la Universidad por primera vez desde hace 10 años —“la última vez que pisé el ITESO fue para recoger mi título”, dice— y recorre el campus rumbo al sitio que fue como su segundo hogar durante algunos años: la zona de los laboratorios. Sin embargo, no es más la alumna que se tiraba a descansar en los jardines: Paulina es, ahora, una mujer histórica: hace unos días se convirtió en la primera estudiante en recibir el doctorado en ingeniería molecular por la Universidad de Chicago por una investigación con copolímeros de bloque que, al mismo tiempo, le valió para obtener, simultáneamente, un doctorado en ingeniería eléctrica por la Universidad Católica de Leuven, en Bélgica.

El periplo que siguió Paulina para alcanzar este doble doctorado no fue sencillo. Cuando egresó de la carrera, con la mirada fija en ser ingeniera de procesos, se topó con una triste realidad: los espacios laborales para una mujer ingeniera no existían. De hecho, recuerda, “en los clasificados lo común era ver que todos los anuncios ponían como requisito sexo masculino”. Ante este escenario desalentador, tomó una decisión: debía regresar al aula. Hacer una maestría, apostar por el doctorado. Y grande fue su sorpresa cuando se enteró de algo que nadie le había contado en el aula de clases: en Estados Unidos es posible entrar directo al doctorado, sin cursar antes la maestría.  Esa buena noticia desencadenó otras: Juan de Pablo, un amigo de su madre y profesor de la Universidad de Wisconsin, le presentó a Paul Nealey, quién le abrió las puertas de su laboratorio a pesar de no contar con experiencia previa como investigadora. Así, en el laboratorio de Nealey comenzó su investigación con los copolímeros de bloque y su aplicación para crear —y perfeccionar— transistores y semiconductores eléctricos.

Nealey estaba tan contento con el trabajo de Paulina que le hizo un ofrecimiento: trasladarse a Bélgica, a la Universidad Católica de Leuven, para seguir trabajando con sus investigaciones, ahora en el taller. Dijo que sí. Mientras estaba en aquel país europeo, Paul Nealey fue transferido a la Universidad de Chicago para dirigir el Instituto de Ingeniería Molecular, recientemente creado. Y para mantener a Paulina en su equipo, se creó un programa dual entre la Universidad de Leuven y la de Chicago, que a la postre se convertiría en la vía para que Rincón obtuviera el doble doctorado por su investigación con los copolímeros.

Al hacer un recuento de lo que ha pasado, Paulina se muestra contenta. Dice que madre siempre le ha dicho que es “terca” y que seguramente por eso ha llegado hasta donde está ahora. Confía en que en diez años las cosas hayan cambiado para las nuevas ingenieras porque, dice, “las mujeres somos capaces y trabajadoras. Cuando entramos a la carrera éramos 40 alumnos en un grupo equilibrado, había casi la misma cantidad de hombres y de mujeres. Al terminar solo 10 lo hicimos en tiempo [es decir, según el plan de estudios; los demás se fueron rezagando], y ocho éramos mujeres”.

Señala que el plan de estudios del ITESO no le pide nada a los de las universidades de otros lugares, ya que “brinda las bases para ir a cualquier parte del mundo”. Lo que falta, dice, es que los profesores compartan con los alumnos la información que tengan sobre programas de intercambio o, como en su caso, información simple pero valiosa, como la del doctorado directo.

Pregunta: luego de estos logros profesionales, ¿piensas volver a México? Respuesta inmediata: no. Tal vez después. Lo que si le gustaría, dice Paulina, es “comenzar alguna colaboración para ayudar a los jóvenes estudiantes para que salgan [del país]. Que sepan cuáles pueden ser sus opciones sin pasar por el proceso por el que pasé yo. Al salir se te abre el mundo, tu visión cambia”.

Paulina se reencontró con el ITESO y afirma que está igual que cuando se graduó. Pero no: el Ombligo ya tiene fuente, la Plaza de los 50 Años ya es un punto de referencia dentro del campus, el edificio W puede ser usado por todos y don “George”, el encargado de los laboratorios, ya se jubiló. Y ella tampoco es la misma: ahora tiene dos doctorados. Y muchos proyectos por delante. Foto Luis Ponciano