La igualdad entre hombres y mujeres es un derecho fundamental que no solo recoge nuestra Constitución, sino diversos tratados internacionales en materia de derechos humanos, así como distintas leyes y disposiciones del ordenamiento jurídico mexicano.

POR ANA SOFÍA TORRES, PROFESORA DEL DEPARTAMENTO DE ESTUDIOS SOCIO POLÍTICOS
Y JURÍDICOS

Como otros temas de nuestro entorno, el reto no está en la formulación de textos jurídicos, sino en darle vida a este principio en nuestra realidad cotidiana, que por desgracia sigue normalizando privilegios masculinos. Las universidades como instituciones sociales, especialmente aquellas confiadas a la Compañía de Jesús, ¿pueden hacer algo para revertir este estado de cosas?

Género

La cultura patriarcal, en la que el poder es distribuido de forma desigual entre hombres y mujeres, así como el androcentrismo que otorga al varón y a su punto de vista una posición central en el mundo, siguen siendo regla casi general para la mayoría de los espacios de la sociedad.

Por ejemplo, en las universidades es común el número desproporcionado de directivos y profesores varones frente a las mujeres. Nuestros actos académicos siguen reproduciendo prácticas discriminatorias, como no tener (o tener escasas) mujeres en conferencias o paneles, y cuando se tienen, en la mayoría de las ocasiones es para invitarles a hablar de temas vinculados a roles estereotipados asignados a las mujeres.

Además, subsisten prácticas sociales urgentes de erradicarse que reproducen el rol de las mujeres como personas para el servicio de otros: edecanes, asistentes, maestras de ceremonias o moderadoras que facilitan la discusión de los “hombres expertos”.

La presencia de una cultura patriarcal y androcéntrica en las universidades, cuya misión principal es la creación de una cultura científica y humanista, resulta en la producción de conocimiento desde una visión particular del mundo, en la que se reproducen ejercicios de poder que recrudecen estas desigualdades históricas.

La propuesta de la Compañía de Jesús, expresada en la Congregación General de los Jesuitas número 34, expone la situación de la mujer en la iglesia y la sociedad.

Habla de “trato injusto y explotación de la mujer” para señalar las injusticias que formaban el nuevo contexto de necesidades y situaciones que la Compañía debía afrontar en el cumplimiento de su misión. Señala particularmente que el dominio del varón en sus relaciones con la mujer ha encontrado múltiples expresiones, entre ellas la discriminación en las oportunidades educativas, una carga desproporcionada en la vida doméstica, una paga menor por el mismo trabajo, acceso limitado a puestos de influjo en la vida pública y, por desgracia y con excesiva frecuencia, violencia contra la mujer.

El decreto expresa: “Queremos sobre todo que la Compañía se comprometa de manera más formal y explícita a considerar esta solidaridad con la mujer como parte integrante de nuestra misión”.

A partir de esta propuesta, deviene necesario visibilizar las diferentes formas de discriminación y violencias que ocurren en nuestra universidad en contra de las mujeres y mostrar que el ITESO es una universidad en la cual las mujeres tenemos mucho que aportar a nuestros campos disciplinares y espacios de interacción, libres de roles estereotipados.

Resulta fundamental que estudiantes, profesoras y profesores, colaboradoras y colaboradores del ITESO cobremos conciencia de la importancia de impulsar la igualdad en todas las actividades universitarias. Algunas acciones podrían ser:

  • Proponer espacios de sensibilización y reflexión respecto de la igualdad entre hombres y mujeres en nuestras actividades académicas.
  • Alcanzar la paridad en profesoras y profesores en nuestros programas educativos, y en académicos y académicas de tiempo completo adscritos a las Unidades Académicas Básicas.
  • Incluir mujeres en paridad en nuestros actos académicos para reflexionar en torno a los diversos campos disciplinares.
  • Erradicar prácticas en las que se reproducen roles estereotipados de las mujeres.

Se trata de darle vida a ese mundo nuevo anunciado por Eleanor Roosevelt, en el que tenemos la posibilidad de aprender a vivir en espíritu de amistad con nuestros vecinos y vecinas de cualquier raza, credo o género, so pretexto de enfrentarnos al riesgo de ser eliminados de la faz de la tierra. Foto Archivo