Durante 45 años la labor principal de Don Rodolfo Chávez ha sido la de cuidar los jardines y en su memoria está la historia de cómo llegó cada árbol a la Universidad Jesuita de Guadalajara desde que el ITESO se mudó a este campus.

El origen de este campus se remonta a 1963, y si alguien conoce sus jardines, así como las historias de muchos de los árboles que hoy forman el bosque universitario, es Rodolfo Chávez, actual supervisor de Jardinería de la Oficina de Servicios Generales, quien llegó al ITESO a los 9 años de edad, cuando su padre comenzó a trabajar para la universidad.

Acompañar a Don Rodolfo a caminar el campus se convierte en un entusiasta recorrido no sólo por sus vivencias personales, también por la vida del campus, ambas están entrelazadas: conoció a Jorge Villalobos, SJ, el primer Rector jesuita; participó en la construcción de los edificios B y C; cuando Xavier Scheifler, SJ, fue Rector lo acompañó en la reforestación de lo que originalmente eran tierras de siembra; trasplantó árboles para la construcción de nuevos edificios.

“Viví en las casitas de atrás, luego en otra que está en el terreno sur”, recuerda que él y sus hermanos ayudaban a los trabajadores, “antes no había camionetas, no había tractores, entonces en carretilla sacábamos tierra y escombro de los pedacitos de jardín que ellos iban haciendo.

“Había muy pocos árboles, había dos o tres cerca del edificio A y unos hules que están en la zona sur, un guamúchil que está en Ciencias de la Comunicación –las casitas entre los edificios A y B– que es de los más viejos, un mezquite que está a espaldas de la capilla son los árboles nativos que había en ese tiempo, aquí y nada más”.

Con el padre Xavier Scheifler, SJ, cuenta, los dos jardineros que había recorrían con él el terreno para plantar y planear la reforestación del campo. “Era una persona que se quedaba observando sus árboles, yo creo que imaginaba cuando estos árboles estuvieran grandes”.

Era tal el celo de Xavier Scheifler, SJ, por la reforestación del campus que llevaba un registro de qué debía podarse y qué no, así que cuando Don Rodolfo realizó una poda porque uno de los árboles de la calzada que hoy lleva el nombre del jesuita estaba muy caído, el entonces Rector pidió que un agrónomo valorara la poda hecha, de ello dependía que conservara su trabajo; “me escapé”, dice sonriendo

Don Rodolfo recuerda que al principio hacían el riego de los jardines con dos cubetas que, por el peso, llenaban a la mitad en el edificio A, donde estaban los laboratorios de Química, entre 5 y 8 de la mañana, antes de que iniciaran las clases porque la bomba que ayudaba a llenar los tinacos hacía mucho ruido.

Le tocó ver crecer el campus en edificios y jardines

Sí, cuando llegué al ITESO sólo estaba el edificio A terminado, estos –señala el B y C– estaban en estructura de fierro y subíamos los ladrillos en la cabeza.

Inició la labor de darle forma a los jardines del ITESO, hoy, cuando los ve ¿en qué piensa?

Cuando entré y comencé a sembrar árboles y escuchaba al padre Xavier Scheifler en los recorridos, quería que fuera la universidad número uno y que tuviera muchas áreas verdes, me quedé con esa intención: dejar los jardines como él se los imaginaba y yo le entendía.

Cuando él se fue le firmamos un papel donde decía ‘comprométanse a que esto va a continuar’; de esas personas que firmamos ya únicamente quedo yo, los demás ya fallecieron.

¿Tiene un árbol favorito?

El árbol que tiene el espacio adecuado, no hay árbol feo o que digas este no me gusta.

De los nativos que hay aquí el guamúchil y el camichín son árboles preciosos. Cuando el pico de tucán –en el arboretum entre el edificio W y la pista– está en flor para mí no hay otro árbol, no lo podamos porque se ve encendido de abajo hasta arriba.

Don Rodolfo se dice enamorado de su profesión, que también lleva al ámbito formativo, hay profesores del ITESO que lo invitan a impartir clase y al final los estudiantes siembran un árbol; de estas experiencias también ha cosechado frutos como el dejar huella en uno de ellos que lo invitó a su ceremonia de terminación de estudios y continuó regalándole árboles.

“Él viene a recordar y a ver su arbolito, es algo que da alegría; no sólo vienes y trabajas, puedes transmitirle algo más a otros”, cuenta.

También, en los cursos de verano, imparte la clase de jardinería y llevó a 170 niños a realizar labores de reforestación.

“El día que me jubile quiero pedir permiso para venir y si traigo un arbolito me den permiso de ponerlo”, expresa casi al final de un recorrido por algunos de los árboles que él considera más representativos de la universidad: la ceiba que está entre el estacionamiento y la Plaza de los 50 años; los laureles de la India de la Plaza de los 50 años; la combinación de guamuchil y camichín que están en el ingreso principal del ITESO; la higuera negra del estacionamiento junto a Rectoría cuya forma se debe a la nevada de 1997; entre muchos otros.