La tercera y cuarta sesiones del seminario Vida urbana y gentrificación, organizado por el Proyecto de Aplicación Profesional Observatorio en Ruta, estuvieron dedicadas al estudio de las formas simbólicas que acompañan y legitiman al proceso de gentrificación o aburguesamiento.

POR OBSERVATORIO EN RUTA

Para comprender la complejidad del proceso de gentrificación o aburguesamiento, es necesario considerar sus expresiones materiales y simbólicas. Esta estrategia, eminentemente mercantil, se despliega materialmente sobre el territorio urbano mediante proyectos públicos de “renovación” y “mejoramiento” que son antesala de la especulación inmobiliaria; pero, simbólicamente, avanza a partir de un modelo de vida sustentado en cierto tipo de valores y emociones, asociados a un estilo de vida privilegiado.

Al lado de un parque renovado se construyen costosos edificios habitacionales, adecuan formas dignas de movilidad urbana, abren nuevas tiendas exclusivas y sube el precio de las rentas. Las zonas que llevaban años abandonadas parecen más limpias, pero esa limpieza no se limita al aspecto de fachadas y la recolección de basura, sino que también arrasa con las cualidades de clase y raza que históricamente se consideran indeseables y/o sucias.

En la tercera sesión del seminario Vida urbana y gentrificación, organizado por el Proyecto de Aplicación Profesional Observatorio en Ruta, Héctor Eduardo Robledo, profesor del Departamento de Psicología, Educación y Salud, abordó la noción de blanqueamiento, para referirse a la ética de competencia mediante la cual asumimos ciertas vías de ascenso social como únicas o imprescindibles. Como aclara Bolívar Echeverría en su texto Racismo y Blanquitud, la blanquitud no se trata exclusivamente de la blancura racial, pero sí de una combinación evidente y normalizada de las marcas de identidad étnicas blancas con un tipo particular de ética productivista. De esta manera, verse, comportarse y consumir la ciudad es, al mismo tiempo, ser en la ciudad y esto estará determinado por nuestras adscripciones culturales.

Asumir los patrones de blanquitud como los mejores constituye la puerta de acceso para justificar la erradicación de ciertas prácticas que no son acordes a él, como el comercio ambulante. Con la transformación forzada o la anulación de este tipo de expresiones en la calle, la vida urbana pierde cualidades como la diversidad o la espontaneidad.

En la cuarta sesión, Christian O. Grimaldo compartió la propuesta de la geografía moral, entendida como aquella dedicada al estudio de los hábitos y costumbres populares en el sentido de normas sociales. Siguiendo la propuesta del geógrafo de origen chino Yi Fu Tuan, Grimaldo profundizó en las maneras en que el poder se distribuye geográficamente mediante prácticas asociadas al prestigio, el bienestar, el placer y la belleza; valores encarnados en el paisaje y que encajan con la ética y la estética de la blanquitud.

La morfología material de la ciudad está engarzada con una morfología social. Existe un conjunto de estructuras socializantes que ordenan y modelan a las personas que las practicamos de manera cotidiana. Basta con darle una mirada a los anuncios espectaculares de una zona para comprender el estilo de vida esperado por parte de quienes la habitan o transitan; o con identificar el tipo de cuerpos, hábitos y costumbres que justifican la intervención urbana de ciertos lugares como el centro histórico de Guadalajara, para sospechar que los proyectos no están pensados para beneficio de todas las personas, sino para seducir a las clases más privilegiadas. Un ejemplo de este tipo de publicidad puede visualizarse en: https://bit.ly/2Df5CTd

Una manera muy sutil de justificar ante la opinión pública una intervención urbana que conlleva despojar a otros del territorio es mediante los discursos del ascenso social que parten de dicotomías morales entre lo: culto-inculto, cool-anticuado, nuevo-viejo, blanco-negro, céntrico-periférico. En su forma más elemental, este tipo de intervenciones que elitizan el espacio público se resguardan tras la idea de que lo nuevo es lo bueno y lo antiguo es lo malo; ante ello, cabría recordar las palabras de la periodista y activista estadounidense Jane Jacobs en su libro Muerte y vida de las grandes ciudades, publicado en los años 60: “Hay una cualidad más malvada que la descarada fealdad o el desorden, y esta cualidad es la deshonesta máscara de un supuesto orden, conseguido mediante la ignorancia o la supresión del orden real, que lucha por existir y ser reconocido”.