El filósofo y jesuita Pedro Reyes cuenta en el Café Scientifique del ITESO cómo su ámbito dialoga con la ciencia.

Las mesas y sillas del café de Casa ITESO Clavigero se llenaron, muchas de ellas fueron compartidas por extraños que intercambiaron un gentil saludo y frente a ellos ocurrió un encuentro entre dos maneras de acercarse a la realidad que a veces parecen estar distantes: Ciencia y Filosofía.

Ambas tienen discursos que intentan, de alguna manera, reflexionar el mundo, afirmó como introducción Pedro Reyes, SJ, profesor del Departamento de Filosofía y Humanidades del ITESO durante el Café Scientifique del martes 7 de mayo.

Lo que siguió fue el planteamiento de una serie de preguntas a lo largo de la charla, como “cuando decimos ciencia ¿de qué estamos hablando? ¿Cómo es que estamos entrando a considerar la realidad? ¿Qué razón tenemos para hablar de un descubrimiento en la ciencia? ¿Cómo dialogan ciencia y ética?”

Cuestionamientos que, como pequeños sorbos a un expreso, fueron despertando la curiosidad y la imaginación de los asistentes a la sesión, que se tituló “Pensar la ciencia: ¿tiene la filosofía algo que decir?”, y es que, como dijo el jesuita “el saber nos seduce”.

Pedro Reyes, SJ, señaló que “la arena en la que pueden dialogar (ciencias y filosofía) es la arena de nuestras curiosidades, de nuestras preguntas, de nuestras cuestiones, cuando empezamos a detenernos y decirnos ‘¿de verdad la cosa es así?’, ante una afirmación, una práctica o método, ¿es cierto que lo que me estás diciendo que es verdad se puede demostrar?” Al responder la pregunta de ¿qué es lo que la filosofía tendría que decirle a la ciencia?, el jesuita señaló que se imaginó un cruce de cuatro avenidas –que estarían conectadas por nuestras preguntas, insistió–.

Exploremos una de las avenidas

Cuando, por ejemplo, leemos o nos enteramos de un descubrimiento, aquí las cuestiones van sobre la línea de cuándo se puede hablar de un hallazgo, cómo se justifica y si es verdadero. Esta arena es “donde la ciencia y la filosofía han tenido un diálogo durante poco más de un siglo, es lo que se ha llamado tradicionalmente la filosofía de la ciencia”.

Y Pedro Reyes, SJ, invitó a la mesa al positivismo lógico –que tiene su principal representante en el grupo de filósofos que entre 1921 y 1936 formaron el Círculo de Viena– que con base en ciertos criterios definen si el discurso de las ciencias tiene coherencia. “La ciencia es una manera de construir nuestra experiencia del mundo, generando discursos que resultan referenciables a lo que ya estaba conocido y que nos abre posibilidades de conocer lo que todavía no hemos conocido pero que estarán en esa misma línea de referencia”. Aquí, el pensamiento de Thomas Kuhn (1922-1996) se unió a la discusión, pues fue quien analizó la revolución copernicana que cambió el sistema en que vemos al mundo: recordemos que la Tierra dejó de ser el centro del universo y los planetas comenzaron a girar alrededor del Sol. Nicolás Copérnico, en realidad, lanzó una serie de hipótesis de cómo eran estos movimientos basado en un principio estético, narró Pedro Reyes, SJ.

El jesuita precisó que para Kuhn si la ciencia dice que descubrimos algo nuevo y esto representa un avance importante respecto a lo que se sabía, no necesariamente se debe o explica por un proceso lineal, no parece tener una sola fuente y no parece justificarse por puros métodos de validación positiva y lógica”.

Lo que sucedió, explica Kuhn, no es que el sistema de Claudio Ptolomeo (100-170) se haya agotado, sino que el de Copérnico ganó relevancia en la comunidad científica “y entre los dos sistemas quedó una especie de cuota de inconmensurabilidad, es decir, no puedo pasar directamente del sistema de Ptolomeo al sistema de Copérnico; los dos paradigmas no son directamente comparables, y la noción de progreso en ciencia se problematiza”.

La charla entre filosofía y ciencia se extendió mucho más allá, se habló de la construcción de conceptos en el ámbito de la filosofía y que ahora usa la ciencia, así como los diálogos con la ética, además de asomarse a la postura nominalista de que cuando se habla de ciencia se habla de nuestra cultura.

 

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