Quienes habitan colonias como La Mezquitera, Nueva Santa María y Francisco I. Madero, gestionan la creación de centros comunitarios y buscan trabajar en red.
Hace 30 años, Carmen Castañeda llegó a la colonia Nueva Santa María, en el Cerro del Cuatro, cuando los problemas de sus primeros habitantes se concentraban en la falta de agua potable, drenaje, alumbrado público y electricidad. A lo largo de tres décadas la situación ha cambiado y ella, además de luchar para contar con servicios públicos, lo hace por el progreso de sus vecinos.
Ahora, la realidad en este enclave de Tlaquepaque es otra. Los problemas son diferentes, las carencias han desencadenado violencia y un ambiente inseguro, pero Carmen sigue viviendo ahí, donde la marginación tiene dos niveles: “alto y muy alto”.
Por las noches las calles del Cerro del Cuatro se ven solas, los niños no juegan en ella y los jóvenes ya no se reúnen. La violencia y el crimen organizado han cambiado la manera de apropiarse de los espacios públicos. Narcomenudeo, enfrentamientos entre pandillas, disputas verbales y físicas para por el territorio, prostitución, violencia intrafamiliar, embarazo de adolescentes, abandono de niños o adicción a drogas y alcohol, son tan solo algunos de los problemas que viven los vecinos.
En estas colonias pareciera que los problemas nunca se terminan. Cuando los niños transitan a la adolescencia, en medio de la falta del acompañamiento de sus padres debido a que trabajan gran parte del día, se enfrentan a que las secundarias o preparatorias cercanas no los admiten porque el cupo es insuficiente, para después sumarse a las cifras del desempleo y, en el peor de los casos, integrarse a la delincuencia ante la carencia de oportunidades, comenta Carmen. Agrega que la deserción escolar va en aumento conforme el número de habitantes crece.
La Ludoteca El Caracol de La Mezquitera
En 2001, a petición de una cooperativa ciudadana, el ITESO, a través del Voluntariado Manos Solidarias del Centro Universitario Ignaciano (CUI), apoyó a los vecinos para poner en marcha la Ludoteca El Caracol, con el propósito de promover el desarrollo integral de niños y niñas entre cuatro y 12 años a través del juego, dándoles así una alternativa para la recreación de los infantes ante la situación de violencia y pobreza que viven a su alrededor.
El CUI capacita a los vecinos voluntarios para que aprendan cómo funciona una ludoteca para que después ellos la operen solos. “Queremos que ellos se conviertan en gestores de su comunidad”, expresa Cristina Barragán, coordinadora del voluntariado, en el que participan 12 alumnos de diferentes carreras.
Para Lucía Gascón, estudiante de Ingeniería Ambiental, la ludoteca –donde hay teatro guiñol, baile, música y artes plásticas– es “un granito de esperanza en medio de una colonia con tantos problemas. Las actividades que hacemos con ellos siembran valores. Este centro comunitario cambia, aunque sea por unas horas, la realidad de muchos vecinos, sobre todo niños”.
Esther Torres tiene 60 años y coordina el Centro Comunitario La Mezquitera, sede de la ludoteca. Ella tiene la esperanza de ver cómo será la vida de los niños que acudieron a este espacio en cinco o 10 años. Confía en que vivirán en una realidad distinta a la que ahora muchos adolescentes y jóvenes enfrentan hoy. “Durante el tiempo que los niños pasan en la ludoteca, se dan cuenta que hay otras formas de convivir, se sienten queridos por los muchachos que vienen del ITESO”, afirma.
La universidad tiene implementados en el Cerro del Cuatro diferentes esfuerzos, como los Proyectos de Aplicación Profesional (PAP) “Haciendo barrio” y “Transformando la realidad a través de la cultura”, en los que participan estudiantes de Arquitectura, diversas ingenierías, Psicología, Ciencias de la Comunicación y Ciencias de la Educación.
Hoy, la continuidad del Centro Comunitario La Mezquitera está en riesgo, ya que desde 2011 un particular reclama como propio el predio e incluso interpuso una querella por despojo. El futuro de la Ludoteca El Caracol es, por ahora, incierto. Por lo pronto, el ITESO trabaja junto a organizaciones vecinales para construir una red de centros comunitarios.
Carmen cree que si los líderes comunitarios unen sus esfuerzos será más fácil cumplir el propósito que tienen en común: “Que niños, jóvenes y adultos aprendan que hay otra manera de vivir, que se puede vivir mejor”. Texto Fabián Ramírez Foto Luis Ponciano