Los programas de migración del Sistema Universitario Jesuita recuperan en una publicación las voces de las personas migrantes que experimentan las dificultades del retorno forzado.

POR LUIS FERNANDO GONZÁLEZ

Desde hace años, la posibilidad de ser deportado de los Estados Unidos es uno de los mayores miedos a los que los migrantes mexicanos se enfrentan. Según los datos de Pew Research Center, se estima que durante el mandato de Barack Obama fueron deportados más de 3 millones de migrantes. De hecho 97% de las personas deportadas durante el transcurso del año 2011 eran latinas, en su mayoría mexicanas.

La migración en retorno es una realidad que afecta a millones de familias en México (de acuerdo con el INEGI, Jalisco es uno de los cuatro estados que registra mayores índices de retorno en todo el país), y puede ser de dos tipos: forzada o voluntaria. La migración forzada es polémica en tanto que las personas migrantes experimentan un marco muy restringido de acción y finalizan su estancia migratoria por causas como presión económica, discriminación o familiares deportados -entre muchas otras-.

Se sabe de las dificultades que viven los migrantes en EUA, pero poco se conoce de lo que implica el retornar a su propio país. Por ello, la publicación Empezar de cero. Historias de vida y experiencias en retorno a México retrata de manera cercana esta situación desde la experiencia de quienes la han vivido. El proyecto tiene la intención de darle mayor visibilidad a los retos que experimentan las personas migrantes en retorno a distintas zonas del país y compartir historias que muestren proyectos de apoyo a las personas que retornan y las comunidades que les reciben. Algunos ejemplos son: Dreamer Moms, Deported Veterans Support House y GDL SUR.

Son siete las historias que muestran diversas situaciones de migración en retorno del Estado de Jalisco. Por ejemplo, la experiencia de Alfonso, quien cruzó la frontera estadounidense en su segundo intento a los 15 años de edad, él decidió emigrar hacia EU ya que notaba las carencias que su familia vivía y la desesperación de sus padres por no salir adelante a pesar de sus esfuerzos. “Lo que se me hizo más difícil fueron las leyes de allá, siempre tenía miedo de que me pidieran papeles”, comenta Alfonso, sobre lo difícil que fue el adaptarse a una sociedad donde te pueden arrestar y deportar.

De hecho, relata que fue detenido al salir de su trabajo en un McDonald’s, simplemente por el hecho de ser mexicano. Su proceso de deportación fue totalmente en inglés y se sintió intimidado al momento de firmar documentos. No está seguro cuándo fue que firmó para que lo deportaran, solo sabe que, dos días después de hacerlo, fue enviado a otro centro de detención, donde permaneció 7 meses. “Recuerdo que cuando me deportaron todos íbamos esposados de pies y manos, como criminales; comíamos con las manos esposadas y cuando pasábamos por las vallas se burlaban de nosotros”, cuenta.

Otro caso es el de Pedro, quien vivió la experiencia de ser indocumentado desde niño. En 1993, su familia lo llevó a vivir a Santa Ana, California, en una localidad habitada principalmente por población mexicana. Debido a que creció inmerso en la cultura estadounidense, adoptó el inglés como lengua principal y fue traductor para sus padres.

En 2011 fue deportado y tuvo que enfrentarse a los diversos retos de alguien que regresa a su país de origen como la falta de documentos de identidad mexicana –situación que dificulta el acceso a cualquier servicio–, así como a conseguir un empleo. Además, al no conocer el funcionamiento de los trámites gubernamentales y tener un dominio limitado del idioma español, la re incorporación resulta muy complicada.

El tercer ejemplo es el de Roberto, originario de Culiacán, Sinaloa. Llegó junto con su familia a la ciudad de Los Ángeles, California, a los meses de haber nacido. En cierto momento de su infancia comenzaron a vivir en la zona de Lynwood, una de las más peligrosas del condado de Los Ángeles. “Para nosotros era normal la violencia” comparte Roberto. Él comenzó la preparatoria, pero no la terminó, debido a que fue enviado a una escuela especial para jóvenes involucrados en pandillerismo y drogadicción.

Tiempo después, consiguió un permiso de residencia mientras trabajaba en la base naval de Long Beach. Sin embargo, después de un periodo de 8 años en prisión, fue deportado a México. “No lo podía asimilar”, relata, “a mí me separaron de mi familia y de mi cultura”.

Uno de sus mayores retos fue identificarse con un país que no conocía y encontrar trabajo sin los documentos necesarios, además de la violencia que se vive en la zona de la frontera. “En Matamoros estuve sólo una semana, me recibió una banda de narcotraficantes con una golpiza y vi una balacera”.

Años después, Roberto, quien se quedó en Jalisco, fundó GDL SUR, una organización que proporciona hogar a migrantes en retorno que han sido deportados de Estados Unidos, la mayoría con problemas de adicción, además de no tener familia en México ni documentos de identidad que los ayude a encontrar trabajo, además no dominan el español.

Este proyecto está ubicado en una antigua bodega donde se almacenaba basura. Aquellos que viven ahí lo hacen por su voluntad y tienen que seguir las reglas de comportamiento basadas en el respeto y la colaboración en conjunto para realizar los quehaceres del hogar. Actualmente, Roberto cubre los costos del proyecto con sus propios recursos, donde recibe a las personas sin cobrar nada. La mayor parte de su familia aún vive en Estados Unidos.