La fascinante aventura que plantea este filme tiene la virtud de alcanzar alturas universales y tender puentes con el espectador, poniéndole ante un espejo inquietante a partir del cual reflexionar sobre sus procesos de crecimiento

 

El estreno veraniego de Oppenheimer (2023), el largometraje más reciente de Christopher Nolan, pone de nuevo en escena a este extraordinario realizador, quien ha desarrollado una “fórmula” provechosa para emocionar por igual a jóvenes y no tan jóvenes cinéfilos. La explicación de su “secreto” es sencilla; la concreción, por otra parte, tiene su dificultad y su encanto: tiene el feliz hábito de concebir propuestas audiovisuales fascinantes para relatar historias con apreciables dosis de complejidad. La cadena de acontecimientos presenta laberintos y ramificaciones que generan mucha emoción y demandan la completa atención del espectador; y a menudo es necesario ver sus películas más de una vez para comprender los meandros de la trama. La revisión tiene la virtud, además, de permitir descubrir los matices del tema. De otra forma se corre el riesgo de quedarse en la historia y pensar que ahí se agota la ambición y la sustancia.

Un caso emblemático es El origen (Inception, 2010). Nolan, también autor del guión, sigue las actividades de Cobb (Leonardo DiCaprio), un ladrón de secretos industriales que emplea estrategias singulares: siembra una idea en sus víctimas, la cual crece y se convierte en una sólida convicción que beneficia a quien encarga el trabajito. En particular lo acompañamos cuando intenta manipular al joven heredero de un imperio económico.

La historia da cuenta del proceso que sigue Cobb: el uso de algunas drogas lleva a su víctima a diferentes niveles de sueño. Posteriormente ingresa con su equipo en la mente del durmiente para sembrar la idea en “el piso” más profundo. La ruta está llena de prodigios, pues además de construir espacios que transgreden las leyes de la física, el tiempo “se estira” conforme todos descienden. Así,10 segundos en la realidad pueden ser años en el ámbito más profundo.

No es raro que uno se quede con la idea de que el propósito de tanta maravilla sea una especie de viaje a las profundidades del sueño (de los sueños) y la mente. El tema apunta, sin embargo, en otra dirección. El gran asunto, me parece, está en la exploración de las consecuencias que puede tener una idea sembrada y de la responsabilidad que un ser humano tiene al sembrar en otro la semilla de una idea que – para ponerlo en términos del filósofo Ortega y Gasset – habrá de convertirse en una creencia, es decir, en algo que se da por hecho, que no se cuestiona.

La aventura de Cobb tiene la virtud de salir de la pantalla y alcanzar alturas universales, de tender puentes con los que miran y escuchan en la sala oscura: nos pone un espejo inquietante a partir del cual podemos reflexionar sobre nuestros procesos de crecimiento, sobre cómo llegamos a ser quienes somos, pues los humanos nos hacemos humanos en buena medida por las ideas que voluntaria o involuntariamente otros sembraron y siembran en nosotros (y que nosotros sembramos en otros). Así funciona la transmisión de conocimientos y valores de padres y madres a hijos e hijas, la educación que reciben los niños en su casa y en la escuela.

Al final la aventura que plantea El origen da mucho que pensar, y queda claro que el cine es fascinante cuando establece un diálogo con el espectador sobre la vida misma.

Clave DVD en biblioteca: 810.NOL

FOTO: Tomada de cinepremiere.com.mx