¿Qué hay con el derecho de quienes no fuman? Para ellos la Ley General para el Control del Tabaco ha cambiado la delimitación de nuestros espacios. Que yo fume en lugares no permitidos afecta la salud de otros.

Yo no voy a dejar de fumar. Al menos, no pronto. Tengo 14 años incrementando y decreciendo mi consumo en distintos grados, pero siempre regreso. Una diría que es mi decisión y el ejercicio de mi libertad el consumir una sustancia que es legal y se vende hasta en las farmacias.

Con los años, he visto las distintas medidas oficiales que se han impuesto a los fumadores: la venta solo a mayores de 18 años, el aumento acelerado de precio y de impuestos, las restricciones a la publicidad y las imágenes que detallan gráficamente cuáles son las consecuencias médicas que posiblemente sufra por seguir encendiendo cigarros; dientes amarillos, cáncer. Y esto tampoco me ha detenido.

Mi razón puede ser distinta a quienes todos los días compran una cajetilla con la imagen de un pulmón deteriorado por la nicotina, pero al final, la consecuencia es la misma: no nos detenemos. No dejamos de fumar.

Las campañas antitabaco apelan a la preocupación por nuestra salud y las de quienes nos rodean, pero no parezco escucharlas. Estoy familiarizada con la enfermedad pulmonar obstructiva crónica, la cuarta causa de muerte entre las mujeres mexicanas, según cifras del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER).

Todos días apago mi cigarro con el conocimiento de que diariamente mueren 160 personas por culpa del tabaquismo. En México, son cuatro veces más que el cáncer de mama y el cervicouterino. Y, aun así, no dejo de fumar.

Es mi derecho. ¿Pero qué hay con el derecho de quienes no fuman? Pensando en ellos, la Ley General para el Control del Tabaco nos ha cambiado como consumidores la delimitación de nuestros espacios.

El ITESO, como todas las universidades, debe apegarse a esta norma. No es su obligación, pero ha instalado espacios para fumar al aire libre, de acuerdo con los lineamientos de la ley. Podría eliminarlas, obligándome a salir del campus si quiero prender un cigarro. Es una posibilidad que se ha considerado; sin embargo, ha optado por respetar la libre decisión que tenemos de consumir.

¿El hecho de que se me excluya de pasillos y espacios comunes por fumar, es discriminación?

No. En el principio de igualdad y no discriminación, cuando hay un trato desigual entre desiguales, se presume una distinción y por lo tanto legitima una acción.

Al comentarlo con Ana Sofía Torres, profesora del Departamento de Estudios Sociopolíticos y Jurídicos, ella lo puso aún más claro: “En el ITESO hay fumadores y no fumadores. Todos los seres humanos son iguales, pero si fumas, entras en una categoría con ciertas prácticas, y en tanto tus prácticas afectan a otro, se vuelve un asunto de interés público, en el que se tiene que regular”, afirmó.

En este caso, que yo fume en espacios no permitidos afecta la salud de otros, y ellos ni siquiera lo deciden.

Cuando tus prácticas afectan a otros, se vuelven un asunto de interés público.

Cuando tus prácticas afectan a otros, se vuelven un asunto de interés público.

De acuerdo con estudios de la International Agency for Research on Cancer de Estados Unidos, calcula que alrededor de 3,000 personas no fumadoras mueren por cáncer de pulmón, posiblemente como resultado de la exposición al humo de tabaco. Convivir con un fumador aumenta las posibilidades de un no fumador de padecer este cáncer hasta un 30%.

¿Que el ITESO insista en salvaguardar mi salud, al igual que el Estado, es coartar mi libertad de elección?

No, pero es complejo. Es cierto que las instituciones no deberían ser paternalistas en muchos aspectos como la libre elección de consumir tabaco. Pero es el Estado quien tiene que pagar las consecuencias de los consumidores en términos de salud pública. El INER calcula que se gastan cerca de 30,000 millones de pesos anualmente en el tratamiento de enfermedades relacionadas con el tabaquismo. A fumadores y no fumadores nos cuesta de nuestros bolsillos esta enfermedad.

¿Si yo pago por estudiar en la universidad, entonces no tengo yo derecho a fumar donde yo quiera, incluyendo en zonas no permitidas por el ITESO?

Tampoco. Esa es una idea que se apega a la lógica de mercado, que no tiene que ver ni con la cultura de legalidad, ni con la pedagogía ignaciana. No porque pagues una cuota, el ITESO te otorgará un título automáticamente. Eso plantea ciudadanos de primera y de segunda.

Es decir, los de primera son quienes pagan; y los de segunda, aquellos que inhalan humo que no quieren, el cual contiene por lo menos 250 químicos dañinos para la salud y el medio ambiente, por el contacto con el aire.

O quienes consumen alguno de los 50 litros de agua potable contaminada que una sola colilla puede ocasionar; o quienes padecen la contaminación del suelo y la merma de vegetación, la infección de árboles que limpian el aire; o el personal de limpieza que debe levantar diariamente 2 mil 600 colillas, muchas veces con la mano, de pasillos, jardines, botes de basura, mesas y hasta baños.
El ITESO designó espacios para que yo fume y para que la institución no sea multada. Espacios que puede retirarme si continúo fumando en los pasillos, fuera de los salones, y peor, tirando colillas en el suelo, a centímetros del cenicero, para que otros lo recojan por mí.

La universidad es una comunidad en la que podemos poner en práctica la cultura de la legalidad. Yo, como fumadora, puedo ser partícipe en el cuidado de otros con el solo hecho de hacerlo donde corresponde. Ejerzamos con responsabilidad nuestra libertad de consumir tabaco. Seamos una mejor comunidad, una colilla en su lugar a la vez.