Con años de experiencia en el trabajo social codo a codo con cientos de personas, su apuesta es alejarse de la caridad y el asistencialismo y escuchar sus voces y necesidades.

Susanita le dice a Mafalda: “Cuando seamos señoras organizaremos banquetes en los que habrá pollo y pavo y lechón… así recaudaremos fondos para poder comprar a los pobres harina y sémola y fideos y esas porquerías que comen ellos”.

Cristina Barragán

No le pregunté, pero seguramente a Cristina Barragán le gustan las tiras de Mafalda, esa brillante niña argentina creada por Quino.

Piensan igual: la caridad, la lástima y las limosnas (por más cuantiosas que sean) no son la respuesta a la pobreza y la desigualdad en este mundo.

Es licenciada en Trabajo Social por la UdeG, lleva casi 15 años en el Centro Universitario Ignaciano del ITESO –unos cuantos más ligada a proyectos de los jesuitas–, ha vivido en la sierra veracruzana, trabajado con mujeres campesinas, inspirado a decenas de alumnos, apoyado la reconstrucción de zonas afectadas por desastres naturales y hoy coordina el Día de la Comunidad Solidaria.

¿Qué o quién te acercó a estas inquietudes?

Primero, mi familia. Mi papá siempre nos llevó a un rancho por Lagos de Moreno y allá tuve contacto con la gente, vecinos y amigos; mi mamá también siempre estuvo muy interesada en el tema de ayudar a los demás (María Cristina Salín, qepd) y en el Colegio Guadalajara las monjas del Sagrado Corazón también nos inculcaron el tema de la acción social. Lo traigo por todos lados.

¿Cómo manejas la frustración, tomando en cuenta las realidades con las que te topas?

Por un lado está la riqueza de juntarte de igual a igual con gente sencilla,  lo cual me ha abierto la mirada del sentido de la vida, de la gratuidad, de la sencillez… eso es lo más padre. Y la mayor frustración que me da a mí es trabajar a contracultura, porque la cultura de la ayuda social suele ser unilateral, como de lástima, vertical: “Yo que tengo te doy a ti pobrecito que no tienes”, cuando nosotros tenemos muchísimo que aprender de ellos.

Ahí están las cifras. La brecha entre ricos y pobres, la desigualdad y la pobreza se han incrementado desde que empezaste a trabajar. ¿Percibes peor ahora la situación hoy que hace tres décadas?

Desde luego. Cada vez hay más pobres más pobres y yo siempre digo: “es mejor hacer algo, que no hacer nada”. Creo que la suma de personas que estamos en esto es la que evita que el barco se dé la maroma; hacemos el contrapeso frente a la depredación, el deterioro ambiental, la globalización…

Dijiste: “es mejor hacer algo que no hacer nada” ¿Qué opinas de la filantropía, de las donaciones de gente como Bill Gates, Mark Zuckerberg, Bono de U2, del Teletón?

Híjole… No es posible hacer galas de beneficencia, no es posible tanto lujo para luego dar unas monedas, sentirnos bien y aliviar la conciencia. Tenemos que hacer cosas que realmente generen cambios en la realidad de la gente.

¿Por qué en el ITESO no se alienta el llamado boteo?

Porque nosotros le apostamos a que los universitarios no vean el hecho de echar una moneda al bote como un: “Ya cumplí”.

Comparte una anécdota significativa a lo largo de estos años de trabajo.

Una vez una alumna me dijo: “estamos haciendo una campaña buenísima para comprarles sillas a los discapacitados”, así que le pregunté, “¿a cuáles discapacitados?”, y me respondió: “uy, en todos lados hay”.

¡Oye, no! Primero organizó una campaña y luego iba a ver a quién le daba las sillas. Le dije: ¿Por qué no mejor te acercas a una organización que esté trabajando por la dignificación de las personas con discapacidad y le preguntas qué necesidades tiene y luego les organizas una campaña?” No se trata de ayudar a los pobres del mundo, se trata de ponerles rostro, de poner sus sueños y su voluntad por delante. Eso es lo que queremos inculcar en la universidad. Foto Roberto Ornelas