El Día de la Comunidad Solidaria 2014 se convirtió en un mosaico de momentos de encuentro, reflexión y entendimiento entre universitarios y las comunidades indígenas que visitaron el campus.

“Acompañar” es el verbo

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Óscar Rodríguez, SJ, Cristina Barragán (del ITESO), Alfredo Zepeda, SJ y Rodrigo Espinosa, SJ

Para llegar a la comunidad de La Gavilana, en Chihuahua, Rodrigo Espinosa, SJ debe recorrer 20 kilómetros desde la Parroquia de Samachiki, en la Misión Tarahumara, 10 kilómetros en coche hasta que se acabe la vereda, otros 10 a pie cerca de tres o cuatro horas. Si el clima decide improvisar, el jesuita puede tardar hasta ocho horas a pie entre nieve o lluvia.

Óscar Rodríguez, SJ, llegó en 1986 a la Misión de Bachajón, Chiapas, en el punto más álgido de la lucha indígena para desmantelar las prácticas latifundistas que se multiplicaban en la zona. Después de 30 años, lograron recuperar las tierras, pero se encontraron con la imposibilidad de comerciar sus cultivos de café y con coyotaje apoyado por distribuidoras transnacionales.

Alfredo Zepeda, el mayor de los jesuitas reunidos el miércoles 12 de octubre en el Auditorio Pedro Arrupe, SJ para contar su historia, trabaja en la Misión de Huayacocotla, Veracruz, conviviendo con indígenas otomíes, nahuas y tepehuas. “¿Por qué estoy yo acá? La vida no pregunta”, declaró el jesuita. “Estoy en barrancas quebradas, profundas, donde ni siquiera el Chapo Guzmán se ha atrevido a llegar a sembrar”.

Los tres pertenecen a generaciones diferentes y trabajan en puntos distantes. Las lenguas indígenas que han aprendido también los separan, así como las problemáticas a las que han entregado su vida para enfrentar. Sin embargo, hay algo que los une, el verbo que eligen para contar su historia en estas poblaciones apartadas de la cosmovisión occidental: acompañar.

Ellos no intervienen, no enseñan, no dirigen. Estos jesuitas acompañan.

En el Día de la Comunidad Solidaria, el Centro Universitario Ignaciano (CUI) reunió a estos sacerdotes en el diálogo “En el camino con los pueblos originarios”. Cada uno compartió la situación actual de sus comunidades, anécdotas, fotografías, videos y testimonios de la profunda riqueza de estos pueblos, así como su profundo rezago por parte de las instituciones gubernamentales.

Afuera los esquemas

En la Misión Tarahumara, Espinosa compartió ante miembros de la comunidad universitaria su proyecto de construir un centro cultural en La Gavilana, el cual está siendo edificado con las manos y sudor de los indígenas. Y en esta tarea, afirmó, ha aprendido que la inmersión parte de la disposición por aprender.

“Uno llega con sus esquemas y quiere imponer sus cosas, pero en estas comunidades rigen otros ritmos otros tiempos, y uno tiene que escuchar, pensar, hacer mucho trabajo de reflexión para saber cómo y con qué modo se puede acompañar”.

En sus fotos, los habitantes de su comunidad muestran el apego a sus tradiciones en su vestimenta, sus ceremonias, la preparación del teshuino —bebida fermentada parecida a una cerveza de maíz— sus faenas y sus fiestas.

Rodríguez habló sobre los esfuerzos por generar mejores relaciones de intercambio de los tzeltales con sus productos, por vincularlos con actores sociales, universidades y organizaciones que les ayudaran a dejar de ser generadores de materia prima, y completar el proceso hasta la taza de café servida.

El camino andado —porque, en sus palabras, no es la solución todavía— los llevó a la comercialización de su grano internacionalmente con el nombre de Capeltic, y a la apertura de tres cafeterías en universidades confiadas a la Compañía de Jesús, una de las cuales abrió sus puertas el 18 de marzo en el ITESO.

“Capeltic refleja todo este esfuerzo de construcción social desde la lógica del pueblo tzeltal que estamos acompañando”, dijo.

Acompañar es defender

«Dicen ellos [los indígenas], que ‘con la fiesta y la organización, resistimos’», contó Zepeda. En su camino con los otomíes, nahuas y tepehuas ha pasado de la integración en sus fiestas, carnavales y cotidianidad, a la defensa hombro con hombro de sus tierras, las cuales son amenazadas por la explotación de recursos naturales como materia prima y la minería.

Ejemplo de lo anterior es el proyecto comunitario Radio Huayacocotla. La voz de los campesinos, radiodifusora escuchada por los indígenas que se dedican a lavar coches y fregar trastes en restaurantes de Nueva York. Acompañar ese proceso de comunicación con el objetivo de empoderarlos, es una piedra angular del compromiso jesuita con los marginados.

“Nuestro trabajo es siempre en diálogo, no solo recibiendo sino también nosotros aportando, pero siempre en diálogo con ellos”, señaló Espinosa.

La riqueza de la austeridad

“El elemento comunitario está presente, estos pueblos originarios tienen un sentido comunitario fuerte”, explicó Espinosa, “siempre está la presencia del otro, el sentido del otro”.

A este jesuita, el más joven de la plática, le molesta el asistencialismo. Mostró una fotografía de camiones de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) repartiendo despensas, y evidenció que esta práctica provoca que los pueblos originarios asuman una falsa pobreza por medio de esquemas occidentales capitalistas. “Las despensas hacen daño a su cultura”, declaró.

En su andar con los indígenas, Zepeda reflexionó que la visión con la que los jesuitas se acercan a estas comunidades los ha llevado a plantearse la posibilidad de una economía alternativa, basada en los esquemas comunitarios y de justicia que reconocen en estos pueblos.

“La comunidad indígena es una alternativa para el mundo moderno”, consideró. “Los indígenas no son una estadística, son comunidades complejas; ellos tienen claves para ser un país multinacional”.

“No por estudiar se te quitan las ganas de volver”

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Los retos que han enfrentado Isaura, Sofía, Octavio, Estela y Juan desde que decidieron salir de sus comunidades indígenas de origen para mudarse a estudiar a la ciudad, incluyen varias preguntas sobre sus creencias, costumbres, el sentido de la educación que reciben y lo que harán en el futuro con ella.

Ellos, quienes se reunieron en el campus ITESO, forman parte del 1% de indígenas que alcanzan la educación superior en México, en este caso en el ITESO, la Universidad de Guadalajara, la Universidad Autónoma de Nayarit o el Centro Universitario UTEG.

Algunos llegaron a pensar entre olvidar su cultura o resistir ante las barreras que la urbanidad impone, informó la maestra Gisela Carlos Fregoso, moderadora del panel realizado en el Auditorio Q. Sin embargo, todos continúan en un proceso vinculado con la profesión que decidieron estudiar para colaborar con su gente.

Isaura García es mixteca y egresada de Psicología del ITESO. Compartió su experiencia como estudiante indígena en el campus, que incluye un colectivo llamado Asamblea de la Universidad Solidaria, conformado por estudiantes de distintas etnias, donde periódicamente se reúnen para reflexionar sobre sus procesos vitales, sin perder su visión como indígenas. Ella agradece ese acompañamiento, pues les ha sido útil para no desertar en la escuela ante los problemas y necesidades que enfrentan.

La estudiante de séptimo semestre de Ciencias de la Comunicación, Sofía Mijares -o Aukwe, como es llamada en su lengua wixárika-, aseguró que “si no se resuelven las necesidades básicas, ¿cómo se van a aprovechar las segundas necesidades como la escuela o el trabajo?”, y recordó que muchas veces no se toma en cuenta que hay personas que no tienen todos los recursos para ir a la escuela.

Otra situación que enfrentan es el tipo de educación que fortalece el sistema occidental, que prepara estudiantes para competir y excluye la diversidad. El reto que comparten es el de generar un cambio desde su inmersión en las instituciones educativas.

Octavio Domínguez, nahua y pasante de Derecho por el Centro Universitario UTEG, se llegó a cuestionar por qué el náhuatl se debilitaba. Con esta pregunta recordó momentos en su infancia en los que se le castigaba por hablar su lengua madre. Ahora trabaja para que más personas practiquen su lengua y dice que debe haber menos proyectos “para” indígenas y más autoridades, instituciones, proyectos “de” indígenas.

Lo anterior se vincula con las ideas de Juan Carrillo, wixárika, pasante de Psicología Educativa de la Universidad Autónoma de Nayarit, quien señaló que la idea de estar organizados como pueblos originarios debe ser la de gestionar sus propios proyectos, crear impacto en sus comunidades y así cambiar el imaginario que se tiene del indígena discriminado.

Estela Mayo, originaria de Chiapas, es chol y estudiante de Estudios Políticos y de Gobierno en la Universidad de Guadalajara. Compartió que salir de su comunidad para estudiar no le resta su identidad indígena, pues “no por estudiar se te quitan las ganas de volver a nuestras comunidades”.

Si quieres conocer más sobre el Programa de Interculturalidad Indígena que tiene el ITESO, visita la página de su Centro de Investigación y Formación Social.

 

Acteal, tierra de mártires, es ahora refugio

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Antonio Gutiérrez, presidente de la organización civil Las Abejas

“Llegaron a disparar a 10, a cuatro, a tres metros de distancia, y los muertos se revolcaban gritando, hombres, mujeres y niños. Alonso (mi amigo) gritaba, ‘compañeros, no nos maten, no nos maten’, y los grupos paramilitares no escuchaban, esos que llevaban máscara roja, no escuchaban”.

Al rememorar la matanza de 1997 en Acteal, comunidad indígena de Chiapas, la voz de Antonio Gutiérrez no se quebró ni un segundo. La narró con puntos y comas, como si de nuevo estuviera presenciando las imágenes de sus amigos muertos y las mujeres clamando piedad a los paramilitares.

Gutiérrez, actual presidente de la organización civil Las Abejas de Acteal, narró en la terraza de la Biblioteca del ITESO sus recuerdos, en la charla “Desplazados en Acteal hoy: el caso de la colonia Puebla”.

También habló a los asistentes sobre los acontecimientos previos y posteriores a esta masacre, los cuales parecen repetirse con el tema de la conferencia: en comunidades de la Colonia Puebla en Chenalhó, Chiapas, 12 familias están huyendo y buscando refugio en Acteal, debido a conflictos religiosos y políticos.

Este tipo de sucesos son similares a los que antecedieron a la matanza de Acteal, con los mismos pasos —conflictos, manifestaciones y represión paramilitar— y los mismos métodos de intimidación que los fuerza a huir de sus casas. Por ello, el lugar de mártires es ahora el refugio de 100 personas. No se habían registrado desplazamientos de este tipo desde la matanza de 1997.

“Dejaron todo porque eran hostigados y amenazados”, narró Marco Antonio Landeros, egresado del ITESO que ha participado en las Brigadas de Chiapas, organizadas por la universidad, el cual acompañó a Gutiérrez en su charla. “Llevaron solo lo que llevaban puesto y dejaron atrás sus casas, sus pertenencias y cafetales, los cuales se están echando a perder y es de lo que se mantienen todo el año”.

Las Abejas de Acteal, la organización a la que pertenece Gutiérrez, se formó en 1992 por una disputa política de tierras en la zona tzotzil. Varios campesinos fueron a la cárcel injustamente, y sus compañeros realizaron una marcha hasta San Cristóbal de las Casas para abogar por su liberación; fuero n estos quienes formaron el grupo. Eligieron ese nombre por las cualidades de las abejas: trabajan en conjunto y en comunidad en una colmena y solo obedecen a la reina que, en este caso, es para ellos la palabra de Dios.

Jacinto Arias, uno de los que Gutiérrez señaló como paramilitar responsable de la matanza de Acteal, fue liberado en abril pasado por no cumplirse el debido proceso, y regresó a la colonia Puebla; a partir de ahí comenzaron a aparecer casas quemadas y amenazas.

“Los mismos responsables de la matanza [de Acteal],” dio testimonio Gutiérrez, «son los que ahora violan los derechos de los desplazados de la colonia Puebla”.

En conjunto con el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas, las Abejas de Acteal están denunciando las violaciones que reciben sus compañeros de la colonia Puebla que ahora viven en sus casas, con los que comparten su comida.

Entre los asistentes se encontraban estudiantes voluntarios que en veranos anteriores han asistido a esta comunidad e incluso se han hospedado en casas de miembros de las familias de las Abejas. Gutiérrez destacó la importancia de que se dé este intercambio cultural.

“La sociedad no tiene límites, no tiene fronteras, todos necesitamos aprender de otros, no importa la raza ni el color”, afirmó. “Necesitamos unir fuerzas, organizarnos, compartir y seguir protestando contra la violencia. La presencia de ustedes, [jóvenes] del ITESO, es importante; ustedes aprenden cosas en la universidad y nosotros aprendemos de ustedes… Son un puente y van a crear más puentes para que llegue al mundo la voz de las Abejas de Acteal”.

Textos Alejandro Tiscareño/Adriana López-Acosta Fotos Roberto Ornelas/Luis Ponciano/Ana Emilia Palacios