“Fracasar para reinventarse” es el tema de las Jornadas de Empleo y Emprendimiento que serán este 10 y 11 de octubre. Te presentamos una reflexión de por qué se le teme a fallar.

Decimos con frecuencia que “hay que saberse levantar” y que “de los errores se aprende”, sin embargo, en casos como el mío (educado a la antigua, con la chancleta) no suele aplicar mucho en la práctica.

Y es que equivocarse no es malo, nos dicen, pero con frecuencia estamos condicionados a evitar esta situación a toda costa: en casa, en la escuela o en el trabajo. Lugares en donde se premia el logro y se desmotiva el error. Si realmente fallar no es algo que deba condenarse, ¿por qué entonces le tenemos tanto miedo? El incumplimiento nos inquieta, nos pone un poco nerviosos.

Cuando no cumplimos una expectativa, una meta, objetivo o sueño planteado, nos enfrentamos ante lo que se conoce como brecha, o distancia entre lo deseado y la realidad; esta distancia provoca tensión. Como ejemplo, imaginemos una liga de caucho que estiramos con los dedos pulgares de ambas manos: la tensión que se provoca en la liga puede motivarnos a soltarla o a mover una mano para acercarla a la otra, en otros casos la liga se rompe. La distancia entre lo deseado y lo real (como entre los dedos) crea lo que se conoce como tensión creativa, y puede motivarnos a movernos del estado actual al deseado provocando acción y mejora.

Pero para que la tensión creativa funcione es necesario que sucedan, al menos, tres cosas. La primera es que exista una diferencia, misma que se provoca a través de la brecha entre lo que esperamos y lo que obtenemos, es decir, un incumplimiento o error. La segunda es que identifiquemos aquellas causas que no nos permitieron lograr lo que deseamos, es decir, las lecciones que nos deja el fracaso. La tercera consiste en la creación de un ambiente tolerante a la equivocación. Si cuando fallamos, identificamos las causas y las acciones que nos pueden llevar al movimiento, entonces el error se convierte en una oportunidad de movimiento, de mejora: en lo individual y en lo colectivo.

Este proceso es claro en la satisfacción de necesidades a través de la innovación. Si deseamos que una solución sea funcional y resuelva aquello para lo que está destinada, debe de pasar por un número (no pequeño) de ciclos compuestos por el diseño, la construcción y la validación con el beneficiario. En este proceso es normal (necesario) que el beneficiario use, observe, pregunte, rechace y opine acerca de la solución, y entonces ésta debe de entrar nuevamente al ciclo, pero ahora con el registro de cambios, lecciones, pendientes y mejoras. Este ciclo se repite una y otra vez hasta que la solución se acerca a lo que realmente se necesita. Sin error no hay mejora, sin mejora no hay solución. Digamos que, si en el proceso de la innovación no nos agrada que nos digan “no” … estamos en el lugar equivocado.

Este fenómeno lo podemos ver, desde otra perspectiva, en las organizaciones. En ellas se establecen metas e indicadores que sirven (o deberían servir) como referencia para determinar si el desempeño de las personas está de acuerdo a lo esperado. Cuando las personas llevamos a cabo nuestras actividades cotidianas, producimos resultados (o deberíamos hacerlo), y estos resultados se comparan contra lo establecido en el indicador. Cuando no logramos los resultados esperados, la brecha identificada debe de servir para que las personas ajusten su tarea y acercarse así a la meta, con el necesario registro de las lecciones aprendidas. A veces es posible que, a través del aprendizaje que se da en este ciclo, las personas puedan ajustar no solo la tarea, sino los criterios que rigen a los indicadores. A este fenómeno se le conoce como aprendizaje organizacional, y éste no puede existir sin la presencia de brechas (y otros factores), es decir, de fallas.

Algunos de nosotros estamos condicionados de manera negativa al fracaso y por consecuencia, tendemos, o a evitarlo a toda costa o a justificarlo (desplazarlo, esconderlo). Lo anterior es un potente inhibidor del aprendizaje y la mejora en los equipos. Claro, es necesario que cuando fallamos, registremos lecciones y establezcamos mejoras, o de otra forma estaremos repitiendo el patrón de error una y otra vez… en este caso, sí que merecemos “un chancletazo”.

Pero como he mencionado anteriormente, las organizaciones y equipos de trabajo también requieren aprender a tolerar el fracaso, a identificar sus causas, a analizar los cauces de mejora, a registrar las lecciones. La creación de ambientes de trabajo en los que se pueden identificar brechas y oportunidades, suelen ser semilleros de grandes ideas, soluciones y de alto desempeño. Por otro lado, si no toleramos las brechas, provocaremos en las personas acciones defensivas que escondan, justifiquen o mitiguen el error; ello quizás mantenga cierta idea de estabilidad que quizás solo esconde inmovilismo y estancamiento.

Así que aprendamos a aprender de las equivocaciones, pues hay que caerse, pero con estilo, diría mi padre.