Tres expertos analizaron en el ITESO cómo y quiénes las hacen, qué intereses pueden estar detrás de ellas, cómo se utilizan y qué tan confiables son las encuestas en épocas electorales.

Supongamos que estás interesado en votar por el Partido Mejor, pero ves en la televisión y lees en el periódico dos encuestas que afirman que el Partido Mejor alcanzará apenas el 3% de la votación, mientras que el Partido Peor (el que no te gusta), encabeza las encuestas con un 40% de las preferencias electorales. ¿Esto te desalentaría? ¿Aun así votarías por el Partido Mejor?

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Presentadas por quienes las elaboran –empresas privadas, medios o universidades– como herramientas científicas y neutrales capaces de brindar información desinteresada a los electores sobre cuál partido va a la cabeza y cuál podría perder el registro, las encuestas en tiempos electorales son algo mucho más complejo, coincidieron en señalar los participantes en el foro “Preferencias electorales en tiempos de campaña”, celebrado en la Biblioteca del ITESO el miércoles 6 de mayo.

Convocados por Q Electoral, el Observatorio de Medios del ITESO, dos expertos en estos asuntos (Yasodhara Silva, profesora de esta universidad, y Roberto Gutiérrez, jefe del Departamento de Opinión Pública del periódico Mural) y un doctor en Economía (Ignacio Román, investigador y profesor del Departamento de Economía, Administración y Mercadología), analizaron las distintas aristas alrededor del fenómeno de las encuestas electorales.
“[Se trata de] reflexionar acerca de estos instrumentos que se utilizan para informar, aunque a veces también de alguna manera son una forma de perversión y manipulación de la información”, aseguró Silva.

Más allá de sus “aciertos” (Gutiérrez recordó que de las 34 estimaciones hechas por Mural en su historia han acertado en 31 ocasiones), Silva mencionó que hay tres factores para garantizar la calidad y rigurosidad de una encuesta: 1) El diseño del cuestionario para que este sea neutral, representativo y no induzca las respuestas; 2) Su levantamiento en el campo (preciso, riguroso, metódico), y 3) El procesamiento y análisis que la empresa encuestadora haga de los datos recabados, dejando de lado intereses ocultos o indicaciones de tal o cual partido.

Prudencia y escepticismo ante las encuestas fue lo que sugirió Román, quien recordó, entre otros episodios, el “desastre” de 2012, cuando el grupo de comunicación Milenio, en coordinación con la casa encuestadora GEA-ISA llegaron a darle 18 puntos de ventaja a Enrique Peña Nieto sobre Andrés Manuel López Obrador. El día de la elección, esta diferencia apenas llegó a los siete puntos.

“Siempre existe una especie de disputa entre lo que es el valor científico o el no valor científico de las encuestas. La información jamás puede ser total y absolutamente neutra, porque la ciencia no es neutra”, afirmó el investigador, quien recordó una frase que le dijo en cierta ocasión un alumno: “Los números no mienten, pero con los números podemos decir las mentiras que queramos”.

Preguntarle a la gente todo tipo de cosas, no solamente por quién va a votar, es una disciplina que emergió con rigor científico en la década de los 30 en Estados Unidos, durante la elección de Franklin D. Roosevelt, recordó Silva.

Desde entonces el negocio ha florecido alrededor de los países teóricamente democráticos (no tiene caso hacer encuestas en países dominados por una dictadura), ya que la democracia se sustenta –entre muchos otros elementos– precisamente en la incertidumbre de no saber quién va a ganar.

Empresas como Gallup, Consulta Mitofsky, Parametría, BGC Ulises Beltrán o Ipsos Bimsa, agencias de publicidad, instituciones educativas como la UNAM o El Colegio de México, medios como El Universal y Grupo Reforma se han subido al barco. ¿Quién le “atina” y quién no a sus predicciones? ¿Puede una encuesta influir en el rumbo de una elección?

“Las encuestas electorales juegan un papel de incidencia evidente en la decisión de voto de la población”, afirmó Román, quien enumeró los múltiples factores que pueden sesgar una herramienta pretendidamente neutral y científica: ¿qué tipo de preguntas se hacen? ¿Dónde se hacen, en la calle o por teléfono? ¿Qué institución, partido político o medio la está publicando o financiando? ¿Cómo se procesan e interpretan los datos obtenidos? ¿Qué datos se decide publicar?
Poner todo esto en la balanza, recomendó el investigador y economista, le resultará sumamente útil a cualquier ciudadano que pretenda evaluar la credibilidad de una encuesta. Texto Enrique González Foto sined.mx