El 5 de junio es el Día Mundial del Medio Ambiente. En este planeta se desperdician 1.3 billones de toneladas de comida al año, sin importar el impacto ambiental, económico y social. Paulo Orozco, nutriólogo y académico del ITESO, considera que se trata de un problema ético, de formación y de patrones de consumo. 

 

Una persona llega al supermercado y comienza a llenar su carrito de distintos alimentos y productos. Seguramente lo hace sin reflexionar mucho en cómo llegaron ahí, cómo fueron producidos, empaquetados –si es el caso– transportados y vendidos. Seguramente tampoco se pondrá a pensar en los que ya se perdieron ni en los que ella misma desperdiciará, mucho menos en las consecuencias ambientales, sociales y económicas que esto provoca.

“Nos hemos convertido en una sociedad de consumo excesivo, en la que te alientan a consumir cada vez más sin ver el efecto que tiene a medio o largo plazo, a nivel social, ambiental, nutrimental. Ese patrón de consumo excesivo se ve reflejado en una problemática como es el desperdicio de alimentos”, consideró Paulo Orozco, nutriólogo comunitario y académico del ITESO en la Licenciatura en Nutrición y Ciencias de los Alimentos. 

La realidad es que sí impacta y mucho: Según datos del Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), cada año se desperdician 1.3 billones de toneladas de comida –100 millones en América Latina–, uno de cada siete personas en el planeta se va a la cama con hambre y 20 mil niños menores de cinco años mueren de hambre cada día, además, un tercio de la producción se desecha. Las pérdidas de alimentos conducen también el desperdicio de recursos como tierra, agua, energía e insumos, supone emisiones innecesarias de CO2, así como un impacto negativo directo en los ingresos de los agricultores y los consumidores.

“Es un problema estructural. Hay algunos que dicen que es más por cuestiones técnicas, que hace falta más tecnología. Yo creo que más bien es una cuestión de formación y de patrones de consumo […] Se trata de una cuestión de análisis ético y estético. Ético en el aspecto de que realmente veamos lo que nuestra huella alimentaria está costando, lo que estamos tirando no solo económicamente sino también socialmente y ecológicamente”. Estéticamente, agrega el académico, es porque los consumidores eligen los alimentos que están “de fotografía” y tiran “lo feo”, en lugar de ver que nutrimentalmente está en perfectas condiciones.

 

Piensa, aliméntate y ahorra

La problemática en cuanto al desperdicio de alimento es tan grande que este 5 de junio, Día Mundial del Medio Ambiente, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente lanzó la campaña Piensa. Aliméntate. Ahorra con el objetivo de que “pienses antes de alimentarte y así ahorres para proteger el medio ambiente”, se lee en la página del organismo.

El académico, especialista también en desarrollo social, divide las mermas de los alimentos en “pérdidas” y “desperdicios”. La primera es en los primeros eslabones de la cadena, con los productores, y se debe, dijo, principalmente a cuestiones técnicas. “Estamos en un modelo alimentario más global y a veces queremos consumir kiwis de Australia o cosas de otro lado, en lugar de fomentar el consumo de los productos locales, que eso ayudaría a bajar los precios y a evitar las pérdidas”.

El concepto “desperdicio”, explica, es a partir de que entran los “minoristas” (restaurantes, supermercados, hogares) y se debe en su mayoría a malas prácticas, patrones de consumos excesivos y falta de planeación. “Desde mi punto de vista, donde podemos evitar más el desperdicio es a nivel familiar. Nosotros no tenemos control, a veces no tenemos ni remordimiento”.

La situación de México no es tan ajena al escenario internacional. Según la Asociación Mexicana de Bancos de Alimentos, en el país se desperdician alrededor de 30 mil toneladas de comida al día. La paradoja: hay 28 millones de mexicanos que viven en pobreza alimentaria, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval). Según cifras de Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) hay 11.7 millones de menores de edad en esta situación.

“Tenemos que ligar el problema del hambre con el desperdicio de alimentos en el mundo. El problema del hambre no es porque nos haga falta producción de alimentos, podríamos alimentar hasta 12 mil millones de personas. Eso nos dice que el problema no está en la producción, sino en el desperdicio y también en la distribución, que es inequitativa. Nuestro desperdicio necesariamente afecta a que otras personas padezcan hambre”.

El especialista asegura que de los datos se desprende que entre “más nivel de desarrollo, mientras más ingreso, más comida se va a desperdiciar”. Según FAO, en Europa y Estados Unidos, una persona desperdicia alrededor de 115 kilogramos de comida; en América Latina la cifra es de 25 kilogramos; mientras que en África es de alrededor de 11 kilogramos.

¿Qué se puede hacer desde los hogares? Una alimentación consciente, planear qué se va a comprar y consumir productos locales, considera Orozco.

“Desde mi perspectiva, muchos de los problemas de alimentación se solucionarían con una estrategia para fomentar el consumo de productos locales. Yo no creo que en la alimentación la solución sea alguna cuestión punitiva y mucho menos al consumidor. Lo que se podría hacer son normas que regulen la distribución y el consumo, no tanto que castiguen al que desperdicia”. Texto Natalia Barragán Foto Archivo