Para Carlos Cabarrús Pellecer, SJ, los problemas de los países en los que hay instituciones educativas confiadas a la Compañía de Jesús deben de ser el objeto de estudio desde licenciatura hasta doctorado.

“Cuando la justicia social se vincula con la fe, se vuelve más apremiante. En la Compañía de Jesús, nos debe importar con todo nuestro corazón y entendimiento”. Esa fe, afirmó Carlos Rafael Cabarrús, SJ, debe mostrarse en obras.

“Tenemos que modificar nuestra sociedad y una de las vías es a través de la educación. Vamos directo a un caos, pero lo bueno es que tenemos la fe”. El fundador de la Vicerrectoría de Integración Universitaria y de la Vicerrectoría de Investigación y Proyección, de la Universidad Rafael Landívar, de Guatemala, fue el primer invitado del ciclo de charlas Pensamiento jesuita sobre la actualidad.

En su intervención, titulada “La fe y la justicia en las instituciones de la Compañía de Jesús”, el doctor en Antropología Social desmenuzó las bases que las instituciones educativas jesuitas deben tener para poder inspirar una justicia social. La clave, dijo, está en las profesoras y profesores, y su efecto en el cuerpo estudiantil. “Nuestros estudiantes y formadores vienen de diversos lugares y niveles.

¿Qué nos puede diferenciar de otras instituciones académicas universitarias? Precisamente una integración para la justicia y la democracia”.

Se trata, dijo, de hacer de los problemas de nuestros países y comunidades el principal objeto de estudio, una labor que debería iniciar desde el primer semestre de licenciatura hasta el último nivel de doctorado.

La espiritualidad, reiteró, debe ocupar un lugar fundamental; “que quienes participen en los procesos formativos tengan una fe madura, es el ideal, pero en la actualidad nos encontramos con personas no creyentes pero ejemplares. Personas que tienen un talante de apertura a las dimensiones de fe a la hora de formar. Que tienen lo que he denominado una espiritualidad civil, humana”.

Los rasgos característicos de esta espiritualidad son una experiencia de algo mayor que nosotros, explicó, además de enumerar sus cualidades. “Que la gente tenga sentido en su vida es lo que más caracteriza a una persona bien formada espiritualmente. El sentido da fuerza enorme a la vida y a nuestra convivencia”.

Otra es la capacidad de indignarse. “Si queremos aumentar la justicia social tenemos que fomentar experiencias de ruptura en la que las alumnas y alumnos lleguen al punto de ‘esto no puede ser así’. Ofrecer experiencias en los antivalores. Solo así puedo aprender de valor”.

Otros rasgos, dijo, son la gratuidad, la honestidad, la libertad de actuar y no ser esclavo de nada; tener un sentimiento de universalidad, poder sentir compasión, buscar la paz como medio y como fin, así como poder ver a Jesús como modelo humano y tener la capacidad de grandes deseos. “El deseo es interesante de comparar con el pánico, ese es miedo que paraliza.

El deseo moviliza, por eso San Ignacio quería que los rectores de sus instituciones educativas tuvieran grandes deseos”. Estos rasgos los posee quien tiene espiritualidad humana, lo cual lo hace apto para formar líderes entre las alumnas y alumnos en las instituciones educativas confiadas a la Compañía de Jesús, señaló el jesuita.

“Queremos líderes que convoquen y que no quieran convencer solo por palabras, y sea capaces de convivir con la disidencia. Alguien que deje crecer a las personas, con entusiasmo; no es que haga bien las cosas, sino que hace buenas cosas. Es de buen corazón y vive los valores básicos de la humanidad”.