El jueves 17 de octubre se inauguró la exposición Miguel Cabrera y los jesuitas con una conferencia a cargo de la curadora Verónica Zaragoza y el especialista y profesor Honoris Causa del ITESO Alfonso Alfaro.

POR ADRIANA LÓPEZ-ACOSTA

El gran triunfo del barroco que los jesuitas contribuyeron a construir es el del lenguaje a través del arte, un lenguaje para todos. Los jesuitas no solo fueron mecenas y vehículos de este lenguaje, fueron también artífices de la construcción de este lenguaje al darle un sustento teológico y aliento espiritual, y una legitimación para una época dividida en la Nueva España”, afirmó Alfonso Alfaro, Doctor Honoris Causa del Sistema Universitario Jesuita.

El cómplice en este logro artístico fue Miguel Cabrera, el pintor novohispano más reconocido en la Nueva España de mediados del siglo XVIII. Para acercar a la comunidad universitaria y al público en general a este hito del siglo XVIII, la Casa ITESO Clavigero presenta la exposición Miguel Cabrera y los jesuitas, en la construcción de la cultura mexicana.

Esta colección, la cual se realiza en el marco de la celebración por los 60 años del ITESO, muestra la vinculación que hubo entre este pintor y la Compañía de Jesús. Él fue el primero en comenzar a pintar la Virgen de Guadalupe y su trabajo influyó fuertemente en las representaciones que se hicieron de ella posteriormente.

El jueves 17 de octubre se inauguró con una conferencia a cargo de la curadora Verónica Zaragoza y el especialista y profesor Honoris Causa del ITESO Alfonso Alfaro.

Verónica Zaragoza, investigadora del Museo Nacional del Virreinato, abundó sobre los pocos detalles de la vida personal del pintor que se saben. Su nombre completo fue Don Miguel Mateo Maldonado y Cabrera, oriundo de Oaxaca. Como pintor y contemporáneo de figuras como Francisco Antonio Vallejo y Juan Patricio

Morlete Ruiz, dirigió la Academia de la Nueva España, comisionada a crear obras de gran formato, como los lienzos de la Catedral Metro- politana de la Ciudad de México, la sacristía del templo de Santa Prisca de Taxco, y el Colegio de Tepozotlán, donde se encuentra el impresionante presbiterio, que hoy alberga el Museo Nacional del Virreinato.

Salió poco de la Ciudad de México, quizá solamente a Tepozotlán, pero se encuentra su obra en espacios como Puebla, Durango, Veracruz, Coahuila, entre otros estados.

“Cabrera no solo fue un gran pintor, sino un empresario. Podemos imaginarlo a cargo de la academia, enseñando a otros jóvenes que entraron al gremio, lidiando con el arzobispo, comisionando obras que viajaban por todo el país”, contó Verónica Zaragoza.

Quizá su mayor logro, expresó la curadora, fue el que se lograra reconocer la pintura como una disciplina artística valorada. Por sus méritos, la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús lo invitó a pertenecer a la Congregación de la Purísima Concepción de Nuestra Señora, una deferencia enorme para la época, en la que solo ac- cedían varones del más alto nivel social.

“Esta exposición permite en- tender como pocas veces la particularidad de esta obra que, como saben, son obras para ser puestas en un contexto de retablo de iglesia. Obras que no bastan en sí mismas y necesitan una escenografía”, explicó Alfonso Alfaro.

La exposición reúne alrededor de 31 piezas que difícilmente se ve- rán juntas otra vez en la ciudad, no solo de la autoría de Cabrera, sino de otros pintores novohispanos, así como libros y tratados de la época de distintos autores.

“Para celebrar 60 años del ITESO, esta exposición es pertinente, porque una de las actividades principales de los jesuitas siempre ha sido trabajar para la integración entre las poblaciones, construyendo lenguajes e intentando propiciar vínculos de contacto. Y no es otra la función del arte de Cabrera que esta misión cultural precisa: crear un lenguaje que permita a los dis- tintos grupos indígenas y europeos encontrarse unidos frente a una serie de obras que les pertenezcan a todos ellos”, dijo el investigador.